Pero entre las elecciones posibles y las realizadas, que
estuvieron sujetas a cambios con el paso de los siglos, los datos de la historia
han tenido un gran peso y han contribuido ampliamente a forjar la originalidad
de la ganadería peninsular. Algunas épocas importantes han marcado esta
evolución. La trashumancia era probablemente conocida desde la prehistoria,
practicada por los romanos, quienes dejaron vestigios de las rutas, los
visigodos continuaron, los bereberes musulmanes en menor medida. Con la
Reconquista cristiana, desde el siglo VIII pero sobre todo desde el principio
del XI, se abre para la ganadería un período capital. Ésta precedía a menudo a
la ofensiva (razias), la acompañaba y sobre todo la seguía. Esta actividad «de
frontera», extensiva, se revelaba en efecto particularmente adaptada a las
circunstancias, y permitía proceder a una ocupación muy precaria por parte de algunos
ganaderos pioneros quienes, poco a poco mientras progresaba la pacificación,
llevaban a cabo rozas y cultivos. Una sociedad guerrera de caballeros,
encargados de vigilar a los hombres y a los rebaños, surgió en las ciudades.
Poco a poco, la trashumancia de verano se practicó de nuevo en las alturas.
Pero fue necesario esperar a los siglos XI y XII y la reconquista del valle del
Ebro, así como de sus dos vertientes, la de la cordillera Central, la del valle
del Tajo y de una gran parte de la meseta sur para que, estando el peligro
suficientemente alejado, fuera posible reanudar la trashumancia de invierno y
recuperar de nuevo el movimiento de trashumancia, con más facilidades en la
futura Corona de Aragón y en Portugal que en Castilla. Esta ganadería, que no
repercutía sólo sobre los ovinos sino también sobre el ganado mayor, convenía
mucho a unas tierras escasamente pobladas. La cría local podía practicarse sin
dificultad y convertirse también en el objeto de una eventual especialización.
En el momento en el que, a finales del siglo XIII, el número de hombres comenzó
a ser demasiado importante, el progreso de la ganadería se frenó. Pero desde
las primeras hambres y epidemias del siglo XIII y de principios del XV, el
despoblamiento de los campos dio a las actividades pastoriles, bajo todas sus
formas, la ocasión de un nuevo desarrollo. Veremos lo que hicieron los
diferentes reyes y las causas de estas condiciones excepcionales para
transformar la Península de la baja Edad Media en una «gran potencia» de
especulación pastoril.
Una síntesis tal, jamás intentada para el conjunto de los
estados peninsulares, deberá contentarse con ser a veces rápida. La falta es
imputable a las disparidades historiográficas inevitables entre la Corona de
Castilla, de lejos la más estudiada, la Corona de Aragón, la Corona de Navarra
y la Corona de Portugal. El retraso que tiene el estudio de la trashumancia se
debe imputar en gran medida a los mismos ganaderos trashumantes, que continúan
estando agrupados en sindicatos, correspondientes a las diferentes coronas y
que se han negado obstinadamente, hasta la década de 1980, a abrir sus archivos
(con la excepción del célebre americano especialista de la trashumancia en el reino
de Castilla, Julius Klem. Es imposible llevar a cabo un estudio serio sin tener
acceso a los archivos de la Casa de Ganaderos de Zaragoza y de la Mesta
castellana. Posteriormente, han sido abiertos a los investigadores. El trabajo
está en proceso y ya podemos intentar sacar conclusiones comparadas sobre la
trashumancia tal y como se practicaba en las diferentes coronas de la Península
en la Edad Media: Aragón, Navarra, Castilla y Portugal. Pero sobre la ganadería
local queda mucho por estudiar, sobre todo bajo su forma especulativa, muy original.
Por último, queda por determinar la importancia relativa de estos dos tipos de
actividad pastoril.
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