sábado, 3 de noviembre de 2012

Ganadería medieval en la Península Ibérica - 3



Pero entre las elecciones posibles y las realizadas, que estuvieron sujetas a cambios con el paso de los siglos, los datos de la historia han tenido un gran peso y han contribuido ampliamente a forjar la originalidad de la ganadería peninsular. Algunas épocas importantes han marcado esta evolución. La trashumancia era probablemente conocida desde la prehistoria, practicada por los romanos, quienes dejaron vestigios de las rutas, los visigodos continuaron, los bereberes musulmanes en menor medida. Con la Reconquista cristiana, desde el siglo VIII pero sobre todo desde el principio del XI, se abre para la ganadería un período capital. Ésta precedía a menudo a la ofensiva (razias), la acompañaba y sobre todo la seguía. Esta actividad «de frontera», extensiva, se revelaba en efecto particularmente adaptada a las circunstancias, y permitía proceder a una ocupación muy precaria por parte de algunos ganaderos pioneros quienes, poco a poco mientras progresaba la pacificación, llevaban a cabo rozas y cultivos. Una sociedad guerrera de caballeros, encargados de vigilar a los hombres y a los rebaños, surgió en las ciudades. Poco a poco, la trashumancia de verano se practicó de nuevo en las alturas. Pero fue necesario esperar a los siglos XI y XII y la reconquista del valle del Ebro, así como de sus dos vertientes, la de la cordillera Central, la del valle del Tajo y de una gran parte de la meseta sur para que, estando el peligro suficientemente alejado, fuera posible reanudar la trashumancia de invierno y recuperar de nuevo el movimiento de trashumancia, con más facilidades en la futura Corona de Aragón y en Portugal que en Castilla. Esta ganadería, que no repercutía sólo sobre los ovinos sino también sobre el ganado mayor, convenía mucho a unas tierras escasamente pobladas. La cría local podía practicarse sin dificultad y convertirse también en el objeto de una eventual especialización. En el momento en el que, a finales del siglo XIII, el número de hombres comenzó a ser demasiado importante, el progreso de la ganadería se frenó. Pero desde las primeras hambres y epidemias del siglo XIII y de principios del XV, el despoblamiento de los campos dio a las actividades pastoriles, bajo todas sus formas, la ocasión de un nuevo desarrollo. Veremos lo que hicieron los diferentes reyes y las causas de estas condiciones excepcionales para transformar la Península de la baja Edad Media en una «gran potencia» de especulación pastoril.

Una síntesis tal, jamás intentada para el conjunto de los estados peninsulares, deberá contentarse con ser a veces rápida. La falta es imputable a las disparidades historiográficas inevitables entre la Corona de Castilla, de lejos la más estudiada, la Corona de Aragón, la Corona de Navarra y la Corona de Portugal. El retraso que tiene el estudio de la trashumancia se debe imputar en gran medida a los mismos ganaderos trashumantes, que continúan estando agrupados en sindicatos, correspondientes a las diferentes coronas y que se han negado obstinadamente, hasta la década de 1980, a abrir sus archivos (con la excepción del célebre americano especialista de la trashumancia en el reino de Castilla, Julius Klem. Es imposible llevar a cabo un estudio serio sin tener acceso a los archivos de la Casa de Ganaderos de Zaragoza y de la Mesta castellana. Posteriormente, han sido abiertos a los investigadores. El trabajo está en proceso y ya podemos intentar sacar conclusiones comparadas sobre la trashumancia tal y como se practicaba en las diferentes coronas de la Península en la Edad Media: Aragón, Navarra, Castilla y Portugal. Pero sobre la ganadería local queda mucho por estudiar, sobre todo bajo su forma especulativa, muy original. Por último, queda por determinar la importancia relativa de estos dos tipos de actividad pastoril.





viernes, 2 de noviembre de 2012

Ganadería medieval en al Península Ibérica - 2




La ganadería en la península Ibérica tenía una incontestable originalidad, especialmente en la Edad Media. Dentro del contexto europeo, salvo algunas excepciones, la agricultura era tan precaria que requería una estrecha asociación entre cultivos y ganadería. Esta última proporcionaba abono y fuerza de tiro pero necesitaba tierras que recorrer y forraje. Una rotación cada ciertos años en el cultivo de cereales, esencialmente para alimentar a los hombres, y el barbecho para pasto de los animales, se había puesto cuidadosamente en marcha según las aptitudes de cada región. Además, era necesario cuidar y proteger los bosques, a menudo muy escasos, con el fin de ofrecer al ganado un complemento al pasto. Es decir, la ganadería que se llevaba a cabo era esencialmente no trashumante, salvo en las regiones de montaña. No obstante, al final de la Edad Media, después de la sangría demográfica del siglo XIV y de principios del XV y solamente en algunas condiciones, quizá pudo producirse una cierta disociación entre cultivos y ganadería, en el paisaje y en la economía, y una especialización en la actividad pastoril, principalmente ovina o bovina, con fines especulativos.


Por el contrario, la ganadería peninsular ha podido, en ciertas circunstancias, llegar a ser especulativa, distinguirse totalmente de los cultivos, presentar una aparcería variada, grande y pequeña, sin que la especulación ovina, rasgo típica mente mediterráneo, parezca abrumadora. La naturaleza del ganado, el tipo de ganadería están estrechamente ligados a las aptitudes geográficas. La maciza Península, con clima continental en el centro, tiene influencias mediterráneas al este, y condiciones climáticas atlánticas al oeste y noroeste. Se presenta por tanto como una marquetería de terrenos con aptitudes variadas, que permiten la práctica de dos tipos de ganadería diferentes y yuxtapuestos: el estante o local, algo diferente a la cría tradicional europea por su asociación con los cultivos, para responder a las necesidades locales, pero que puede igualmente ser objeto de una especialización tanto con el ganado mayor como con el menor, y el trashumante, muy original y típico de algunas regiones mediterráneas, completamente disociado de los cultivos, tratándose esencialmente de los ovinos. 
Por último, el ganado podía realizar un simple desplazamiento hacia una localidad limítrofe, asociada por un acuerdo de comunidad de pasto, llamado el estante o riberiego, o una corta trashumancia, lo que le daba el nombre de transterminante. Sin embargo, la mayoría de los desplazamientos eran largos, incluso hasta de muy largo alcance, según si se trataba de una simple subida hacia los pastos de verano, los pastos de la montaña, llamada trashumancia «normal», o de un descenso hacia las llanuras, al clima dulce del sur en invierno, de aquí su nombre de trashumancia «inversa». Esta yuxtaposición, muy característica y hecha posible por los contrastes orográficos, ofrecía muchas variedades locales, unidas a aptitudes particulares, como a la latitud y a la altitud.