Desplazamiento de los
animales.
Los
herbívoros dotados de defensas las utilizan, aprovechándose al máximo de sus
posibilidades, al detectar la proximidad de un carnívoro peligroso. Así, los
vacunos que pastan libres en una gran dehesa forman un círculo en cuyo centro
sitúan las crías, mientras ellos, rodeándolas, encaran al depredador con sus
cornamentas. Similar ruedo organizan caballerías, y también con las crías en el
interior, cuando aventan el peligro, pero enfrentando sus cuartos traseros al
atacante para recibirlo a coces. Los que carecen de esas defensas no encuentran
otra solución que marchar en manada, que rompen en desbandada cuando presienten
el peligro, para desorientar al atacante. En todo caso, en momentos o en zonas
en que los humanos, debido a su escasez, incrementan poco el contingente de los
depredadores, muchos herbívoros buscan el alimento ayuntados en grupos raciales
porque así, reunidos, pueden defenderse mejor. Y encontrado el camino de
llegada, lo siguen después año tras año. En tiempos pasados, los ganaderos
carentes de abundantes o complementarios pastizales pactaban arriendos de larga
duración sobre herbazales ajenos y para períodos fijos del año, como, por
ejemplo, desde el día de San Juan hasta el de San Miguel. Todos sabían bien que
era preciso aguzar la atención en vísperas del trasiego de las reses porque
éstas lo presienten y aumenta entonces su inquietud. Y esos ganaderos eran
también sabedores de que si algún motivo, como la clausura del contrato de
arriendo, impedía o modificaba la fecha del desplazamiento, al llegar la que
venía siendo habitual los animales abatían rediles y cercas y escapaban hacia
el destino acostumbrado. La alimentación asistida con piensos y la eliminación
de traslados ha roto tales actitudes, de las que ni siquiera se libraban los
ovinos. En 1809 efectuó Robert Semple su segundo viaje a España y, al referirse
a los rebaños lanares extremeños, escribió lo siguiente: «Cuando llega el mes de abril, o por el propio instinto o por el hábito
de mover sus cuarteles, los rebaños parecen percatarse de que ha llegado el
momento de empezar la marcha. Todos los pastores están de acuerdo en la
extraordinaria inquietud que muestra el rebaño, y que es difícil de sujetar. Ha
ocurrido, a veces, cuando los pastores se han descuidado o dormido, que los
rebaños han avanza-do por su propio instinto hasta dos o tres leguas en busca de
los cuarteles de verano».