miércoles, 27 de julio de 2011

Trashumancia en el Mediterraneo - 11


La evolución de la cabaña


La trashumancia hacia el Mediterráneo alcanzó una gran envergadura entre finales de la Edad Media y los inicios de la Edad Moderna, tal y como han puesto de manifiesto diversos estudios en los últimos años. Basándose en el pago del peaje en la Bailía General del Norte, se ha evaluado el censo de cabezas trashumantes en el territorio valenciano, y su estimación para el año 1510 es de 191.628 cabezas; las cifras se mantienen en torno a las 150.000 durante toda la primera mitad del siglo XVI, y crecen progresivamente, aunque con altibajos, a lo largo de la segunda parte del siglo, alcanzando un máximo de 214.425 en 1595. En el siglo XVII se distinguen dos etapas bien diferenciadas: la primera mitad, marcada por los máximos valores de la época moderna (268.460 cabezas censadas en 1620-21, 219.722 en 1628-29 y 244.178 en 1648). En la segunda parte del siglo XVII se aprecia un rápido descenso, con cantidades cada vez menores (148.667 reses en 1662, 80.359 en 1679 y 51.112 en el año 1700). El censo se mantiene estable en el siglo XVIII, aunque inferior a los siglos precedentes. Según otras fuentes, los hatos de la cabaña invernante en la Gobernación de Orihuela sumaban aproximadamente: unas 34.000 cabezas en 1594, 28.000 en 1629, 20.800 en 1650, y, en la segunda mitad del siglo, las cantidades oscilarían alrededor de las 32.000, acercándose a mediados del siglo XVIII a las 40.000. En el Reino de Valencia las explotaciones pecuniarias más comunes eran de tipo pequeño o mediano (100-500 cabezas/propietario); los grandes rebaños (más de 1.000 cabezas) eran más numerosos hacia el Norte y el interior, mientras que el tamaño medio de los rebaños disminuida en la parte litoral y central. Además, los grandes rebaños eran más importantes en las zonas señoriales que en las de realengo, y en ocasiones estaban vinculados a carniceros, que en la ciudad de Valencia constituían uno de los gremios más fuertes. Aunque algunos rebaños que bajaban a invernar a Levante agrupaban más de 3.000 cabezas, lo cierto es que con el tiempo el tamaño medio de los hatos fue descendiendo; así, el promedio de los 91 rebaños que entraron en la Gobernación de Valencia fue de 879 cabezas en 1524, cifra que se redujo a 742 en la campaña de 1628-29, y que continuó decreciendo hasta las 664 cabezas en la campaña de 1662-63. La cabaña que invernaba en esta época en la región procedía, en su mayor parte, de las sierras turolenses de Gúdar, el Pobo y Palomera, que, con unas 79.061 cabezas, reunían la mitad del contingente que bajaba a herbazar al Reino de Valencia. En cambio, de la sierra de Javalambre sólo proceden 16.003 cabezas (10% del total). La sierra de Albarracín era otra cabecera importante (47.000 cabezas, aproximadamente un tercio del total trashumante), y por último, la serranía de Cuenca, de la que en esos dos años desciende un promedio de 5.305 cabezas (5%). El ganado vacuno no superaba en la campaña de 1628-29 las 2.000 reses, y los censos mular y caballar eran aún menores (600 cabezas).


La evolución de la trashumancia en la época moderna se basa en la documentación del cobro del medio-diezmo, por parte de la catedral de Cartagena, al ganado del extremo durante tres siglos (desde 1519 hasta 1837). Aquí el censo trashumante crece desde medias anuales cercanas a las 50.000 cabezas en la primera parte del siglo XVI, hasta alcanzar los valores más altos de la época moderna en la segunda mitad del siglo (con máximos en 1563, 1564, 1582 y 1595, que superan las 100.000 ovejas trashumantes). Ya en la primera década del siglo XVII disminuye la cabaña trashumante (en la gobernación de Valencia el descenso no se inicia hasta mediados de este siglo); las oscilaciones en los censos anuales son continuas (y van desde cifras de 70.000 cabezas en 1621, a 1.600 en 1648), dentro de un descenso general, ya que son escasos los años en que se superan las 50.000 reses. Posteriormente, en el siglo XVIII, la cabaña permanece estable pero con cantidades próximas a las 25.000 ovejas, inferiores a las de los siglos precedentes; y entre 1795-1837 se registra un nuevo y definitivo hundimiento, pues rara vez se superan ya las 15.000 cabezas.
Los hatos trashumantes que van a Murcia tienen un tamaño medio de 500 cabezas, y, a pesar de la crisis de los últimos siglos, dicho tamaño no disminuye, sino que decrece el promedio de propietarios de 85 a 26; la mitad de los rebaños reúnen menos de 500 cabezas, mientras que el 10% superan las 1.000, es decir, que la trashumancia está integrada a la vez por pequeños y grandes propietarios. En cuanto a su origen, los pastores que entran en Murcia proceden, en primer lugar, de la Mancha conquense de 63,9% al 90,6% entre 1656-60 y 1802-06, respectivamente), y, en segundo, también acuden, aunque en mucha menor proporción, de la Serranía de Cuenca y de los Montes Universales (del 26,1% al 7,6%); así como de otras partes como Granada, Valencia o los dominios de la orden de Santiago. De año en año las mismas cabañas se encuentran en este invernadero, que, aunque cambien de lugar, en general van a pacer a la zona costera meridional de Huercal-Overa-Lorca-Murcia, a los campos subsedérticos del centro (Mula, Molina o Fortuna) y a los bordes manchegos orientales (Cieza, Hellín, Tobarra), aunque la tendencia entre los siglos XVII-XIX es la de abandono del litoral a favor de las tierras de mal país propias del centro.


Hasta el inicio de la época moderna los ganaderos de Castilla habían tenido mayores dificultades que los de Aragón para trashumar hacia Valencia; tampoco les había resultado fácil a los valencianos acudir a Murcia, Andalucía o Extremadura. Un aspecto importante en esta época es la progresiva penetración de los ganaderos castellanos en el reino de Valencia. Felipe II interviene, en 1579, en favor de los ganaderos del Marquesado de Moya para que no se les impida la entrada de sus ganados en los Reinos de Aragón y Valencia; posteriormente, en 1693, Carlos II otorga a la Mesta mayores prerrogativas en el territorio de la antigua Corona de Aragón, prerrogativas que retuerza Felipe V en 1726; la tendencia integradora culminará en el marco del decaimiento de la Mesta (se crean diversas cuadrillas mesteñas en Benicarló y Castelló en los inicios del siglo XIX), pero precisamente por ello no tendrá ya demasiado valor. La penetración de los ganaderos castellanos en el mediterráneo se basará no tanto en la fuerza que les otorgan estas disposiciones, corno en los mecanismos de oferta y demanda para el arrendamiento de pastos. Algunos autores exponen que el crecimiento de la cabaña trashumante entre mediados del siglo XVI y mediados del XVII debe atribuirse al ascenso del número de rebaños castellanos que extremaban, y que el posterior retroceso global quedaría explicado por el descenso de éstos (así, por ejemplo, en la Bailía Norte se pasó de más de 100 rebaños castellanos por año, en la primera mitad del seiscientos, a tan sólo 3 a final de siglo). El encarecimiento de los pastos en las dehesas manchegas a partir del siglo XVI habría provocado un mayor trasiego hacia Levante, pero, posteriormente en el siglo XVII, con el alza del precio de los arrendamientos y los arbitrios locales, este flujo disminuyó (dentro de un contexto general de descenso de la cabaña mesteña).


Analizando las cifras aportadas para la trashumancia valenciana y murciana (a las que deberíamos añadir datos relativos a las comarcas de Orihuela y Ebro), y las correspondientes a los contingentes trashumantes de la Mesta estudiados por P. García Martín, podemos valorar la importancia cuantitativa que ha tenido la trashumancia levantina. De esta comparación se comprueba que la relación entre el contingente trashumante levantino y el mesteño es habitualmente en estos siglos de 1:10 (como en 1558, con 192.486 y 1.903.633 cabezas de uno y otro respectivamente), aunque según los años puede ser de 1:5 (en 1620, 338.060 frente a 1.688.086) o de 1:20 (en el siglo XVIII, 92.411 frente a 2.079.120 en 1705).
fotos. Santiago Bayon Vera 


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