miércoles, 22 de junio de 2011

Trashumancia León - 2


En la montaña, el rebaño se divide en dos partes no iguales; la mayor es la «cabeza» (unas 800 ovejas) que va a los puertos más grandes. Lo guardan por parejas turnándose en relevos de una semana. Las parejas están formadas por el rabadán y el zagal, por una parte, y el ayudador y el “sobrao”, por otra. Al desaparecer el “sobrao” quedaron tres pastores, deshaciéndose las parejas y permaneciendo sólo un pastor en el puerto. Si el zagal es responsable, hacen dos semanas en casa y una en la majada. En cuanto al resto del rebaño, “retazo” (unas 500 ovejas), se dirige a los puertos más pequeños, guardándolo a turnos entre el compañero y el personal. Además, en el verano se suele contratar para cada puerto un motril - similar al zagal, con funciones de aprendiz, que se encarga de las funciones que no requieren especial destreza y de guardar las yeguas.

En cuanto a las funciones en Extremadura, el rabadán, además de los cuidados generales sobre el rebaño, es el encargado de “ahija” -poner cada cordero con su madre o con otra oveja para que lo críe- las ovejas según van naciendo, y el persona, el ayudador y el compañero son los “hatajeros” o encargados del cuidado de los hatajos que se forman tras la paridera. El compañero se encarga del hatajo temprano o “primada”; el ayudador, del intermedio o segundo (“hatajillo”,) y el persona se ocupa de apacentar la “chicada” o hatajo formada por las últimas ovejas paridas. El “sobrao” se encarga de las yeguas y las cabras. La peor parte la lleva el zagal, que se encarga de las “borras” (corderas del año) y de las «machorras» (ovejas vacías), hatajo que se pasa el día recorriendo las mojoneras o lindes de las fincas y las zonas de terreno más abrupto y con peor pasto.


Para atender al conjunto de la cabaña, existía, además de los anteriores, el cargo de ropero, que se encargaba de fabricar y repartir el pan y otras funciones de intendencia. Había un ropero mayor, equiparado a la categoría de compañero y roperos ayudantes, que se equiparan al ayudador en escusa y sueldo. Éstos residían en las roperías, situadas en lugares estratégicos de los pueblos más o menos equidistantes de los puertos.

En Extremadura, el rabadán dormía siempre en el chozo principal junto al zagal, mientras que el resto de los pastores lo hacía junto a su hatajo, en el «chozuelo» o chozo móvil para una sola persona, en el que había que entrar agachado por una pequeña abertura y que se trasladaba de lugar cuando se cambiaban las cercas para hacer el “redileo”
Salarios
El sueldo de los pastores está y aún sigue integrado por dos conceptos: la “escusa” (ovejas propiedad del pastor que se mantienen incluidas en el rebaño del dueño y no pagan por los pastos) y una cantidad en metálico (la soldada). Si el otoño es favorable y hay comida bastante, la escusa no ocasiona gastos a los pastores, pero en caso de no haber comida suficiente el dueño sólo paga el pienso de sus ovejas. Los pastores pueden vender libremente las crías de las cabras y yeguas sin intervención del dueño, pero, por el contrario, los corderos de la escusa se venden juntos con los del dueño, de dos formas diferentes, según la cabaña. Por ejemplo, en la cabaña de Rojas se cobraba prorrateo, según ovejas y crías totales, mientras que en la de Perales cada pastor cobraba según el peso de sus corderos.



En general, la escusa era la principal fuente de ingresos, superior a la soldada, por lo que obligaba a los pastores a una mayor participación en el cuidado del rebaño, que, en realidad, era una especie de propiedad compartida con múltiples participaciones. La lana de las ovejas de la escusa era para los dueños, aunque en los últimos años, en que ésta adquirió menor precio, también se les concedió a los pastores. En los años treinta se eliminó la escusa de las yeguas y se subió el sueldo a los pastores treinta duros por cada animal suprimido de su propiedad. En esta época les corresponde cinco yeguas al rabadán, cuatro al compañero, tres al ayudador, sobrao y persona y una al zagal. El caballo o semental es del amo.
Además de los ingresos directos, la cabaña les facilitaba pan de trigo (se fabricaban “bolletes” de 1 kg., que era la ración diaria de cada pastor) y los "cundidos": aceite, vinagre y sal. También pagaba médico y botica, en caso de enfermedad propia, y en caso de enfermedad grave de algún familiar se abonaban los viajes, sueldo completo y se les conservaba su puesto.

Hay que tener en cuenta que, además de estos ingresos, la familia del pastor mantenía en la montaña sus propios animales y cultivaba las tierras, de forma que lo que se ganaba en la cabaña prácticamente se ahorraba en su totalidad. Por el verano, en los turnos de descanso, el pastor ayuda en casa en todas las labores del campo, sobre todo las más duras, como recoger el cereal y la hierba, así como cortar la leña para el largo invierno.
En los pueblos de pastores trashumantes se ahorraba dinero debido a la economía del autoabastecimiento, se construyeron buenas casas y había cierto auge económico, todavía hoy reconocible por los edificios. Se disfrutaba, en definitiva, de una posición bastante acomodada para la época. Incluso de pueblos de los alrededores venían a pedir dinero prestado, pues se comentaba que “donde hay pastores, hay dinero”. Dichos ahorros se consiguen a base de austeridad y sacrificio (en Extremadura no se compra más que lo imprescindible) y tras permanecer alejados diez meses de la familia (ocho en Extremadura y dos más en los puertos).
Los ascensos en la jerarquía pastoril eran generalmente por antigüedad, a veces también por méritos o elección libre por parte del mayoral, como en el caso del nombramiento de rabadanes. El mayoral, al ser el responsable máximo, debe disfrutar de la plena confianza de los dueños de la cabaña, por lo que eran elegidos siempre por ellos. En Extremadura, el mayoral vivía en una casa, en vez del chozo donde lo hacían los pastores. Los mayorales eran siempre personas muy fieles en el servicio a los dueños, con fama de honestos y serios, y llevaban con minuciosidad las cuentas, en el llamado “Libro de la cabaña”. 
Desde el punto de vista de la especialización económica, es un hecho notable que en todas las cabañas tradicionales de la montaña de León y en particular de la zona oriental, tanto los mayorales y rabadanes como el resto de los pastores, fuesen “serranos” de León y de unos pueblos concretos. Los pastores extremeños eran estantes y, en general, no querían venir a los puertos. Los pastores serranos de los pueblos que comentamos sabían todos leer y escribir y tenían un cierto nivel cultural que contrastaba con el analfabetismo existente entonces en otras partes de España.

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