jueves, 25 de noviembre de 2010

Caminos Silenciosos - Patrimonio Historico - 1

La vía pecuaria en sí, es un elemento cultural de primera magnitud, ya que la carga histó­rica que posee es grande. Se trata, como es sabido, de centenarios caminos que han pervivido a muy distintas circunstancias históricas y que coinciden, en no pocas ocasiones, con el traza­do de importantes ejes viarios prerromanos y romano - visigóticos. Existen incluso, estudios que sostienen la existencia del fenómeno de la trashumancia en períodos protohistóricos.
Además de este valor histórico intrínseco, en ocasiones, los elementos constitutivos de la vía pecuaria, o bien sobre los que se creó ésta, incrementan de forma notable su valor.



























Abrevaderos, puentes, chozos de pastores, descansaderos, majadas, puertos reales, mojo­nes, ermitas mesteñas, casas de esquileo, lavaderos de lana, etc., son elementos complementa­rios al Sistema de Vías Pecuarias que no deben perderse, y que enriquecen a estos caminos. Asimismo, ligado a este sistema se ha desarrollado una rica cultura pastoril que comprende, desde un lenguaje propio o una gastronomía característica, hasta unas formas de vida y tradiciones artesanales propias, que constituyen una parte importante de nuestro acervo cultural a conservar.
Por cañadas y cordeles no sólo viajan animales y personas, sino que les acompaña todo un sistema de cultura propia, en movimiento permanente, capaz de unificar y difundir sus ca­racterísticas entre zonas alejadas entre sí del territorio hispano. Hemos de subrayar el impor­tante papel que han cumplido las vías pecuarias como arterias por donde han fluido tradiciones, costumbres, formas de habla, canciones, bailes y otras manifestaciones folclóricas que han ido y venido de unas regiones a otras, teniendo como portadores a los ganaderos tras­humantes.



























La trashumancia ha contribuido de manera fundamental a modelar las formas de vida y cultura de muchas comunidades españolas, especialmente las de aquellas que se han encontra­do fuertemente vinculadas al fenómeno de las migraciones pecuarias, bien como tierras de re­cepción de rebaños (Extremadura, La Mancha o Andalucía), bien como pueblos de probada vocación cañariega, como los serranos de La Rioja, León o Castilla.
Ciertas uniformidades en el campo de la cultura no deben considerarse como simples coincidencias casuales, sino como el fruto de una secular historia de intercambios socioculturales habidos entre las comunidades pastoriles. En las dehesas de invernada conviven durante seis o más meses al año, ganaderos de las más variadas procedencias geográficas.
De este trato prolongado han surgido unas relaciones profundas y afectivas que facilita­ban la intercomunicación abierta entre formas de vida y cultura diferentes, pero en contacto, que acaban influyéndose mutuamente, compenetrándose y amalgamándose de tal modo que se ha perdido la noción de su origen inicial.
























La relativa homogeneidad del estilo de vida pastoril ha borrado los perfiles genuinos de muchas formas de cultura compartidas por las regiones ganaderas. Una misma canción de temática pastoril puede escucharse, con ligerísimas variantes locales, en puntos muy distantes de la Península, sin que pueda, en ocasiones, dilucidarse su primitivo origen cántabro, extremeño, astur, leonés, riojano o soriano.
La pastoril es una cultura con señas de identidad propias, conservadas hasta el presente. El grupo pastoril ha sido el transmisor de una cultura milenaria que se remonta al Paleolítico en algunos aspectos. Una cultura, la pastoril, que se halla en la raíz de la idiosincrasia de mu­chos pueblos hispanos, a pesar de que apenas se perciba hoy el primitivo origen ganadero de muchas tradiciones y manifestaciones folclóricas por haber sido asumidas tan tempranamente por el acervo cultural de muchas de esas comunidades regionales.

El grupo pastoril se presenta como grupo diferenciado, bastante cerrado en sí mismo. La tendencia endogámica es muestra palpable de ello. De la organización socioeconómica del grupo pastoril, así como de las pautas que rigen su sistema productivo, derivan una serie de rasgos peculiares, manifiestos en las relaciones sociales, en las actuaciones consuetudinarias, en las creencias y comportamientos grupales. De su identidad colectiva como grupo cohesionado arranca su especificidad sociocultural. Los pastores son poseedores de un código cultu­ral propio cuyas claves procuramos presentar aquí.
Lo primero que se percibe es que el ganado constituye el centro básico de sus intereses. El pastoreo del ganado conforma toda una línea estilística de vivir, sentir y pensar. En el cen­tro de esa particular cosmovisión emerge el ganado como protagonista indiscutido, razón últi­ma que fundamenta la tipología vital de los pastores. Entre el pastor y su ganado surgen unas relaciones simbióticas. El pastor conoce a todas y cada una de las reses que integran su rebaño, sabe describirías “por pelos y señales”, les adjudica un nombre, humanizado casi siempre. Por su parte, el ganado reconoce y obedece a quien lo pastorea.
























Es la pastoril una cultura ecológica fuertemente ligada al medio físico de la dehesa, don­de se desenvuelve la actividad pecuaria. Exhiben los ganaderos un conocimiento riguroso del relieve de la dehesa. Y de la flora y fauna, sobre la que desarrollan una visión interesada en función del beneficio o perjuicio que le proporciona. El tiempo no lo miden de forma convencional, sino que se rigen por los astros. Los cambios climáticos alcanzan un gran relieve en la mentalidad pastoril, pues en definitiva son los que determinan los movimientos por cañadas y cordeles,
El pastor adapta sus creencias religiosas a las necesidades de su medio ganadero. Tienen su propio devocionario pastoril, en el que están presentes nombres de santos vinculados a las fechas ritualizadas del calendario trashumante: San Juan, San Miguel, etc. Tampoco faltan ad­vocaciones protectoras del ganado (San Antón, San Antonio de Padua.), cristos y vírgenes famosos (Nuestra Señora de Guadalupe) o que ejercen patronazgo en lugares donde son oriundos los pastores. En su devocionario ocupan un lugar muy especial aquellas advocaciones que se relacionan con sus preocupaciones más hondas. Así, para protegerse del mal de la rabia canina, los pastores castellanos, leoneses y extremeños han recurrido a una devoción mariana, Nuestra Señora de Valdejimena, “abogada contra la rabia”, que tiene su santuario en tierras salmantinas, Horcajo Medianero.



Numerosas supersticiones invaden el mundo de las creencias pastoriles. De supersticio­sas se debe calificar la mayor parte de las prácticas curativas, basadas muchas de ellas en la cruz cristiana y su poder simbólico. Una cruz cristiana en la puerta del chozo protege de los malos espíritus. La llamada “piedra del rayo” salvaguarda en las tormentas. Y una cabra absolutamente negra se convierte en el totem de la piara.


























El vocabulario pastoril es de una riqueza llamativa. Emplea centenares de términos que describen el ganado en atención al pelo, las formas de las ubres, de los cuernos, el temperamento de los animales, las enfermedades de vacas, ovejas y cabras. Otorgan un nombre a cada tipo de hierba y a cada accidente del relieve adehesado. Estas riquísimas terminologías em­pleadas por los pastores se caracterizan por la antigüedad de muchas de las voces. Los abun­dantes arcaísmos así lo corroboran.


Poseen los pastores una cultura material con sello propio, surgida y adaptada a sus necesidades. Un rasgo importante que la singulariza consiste en ser un producto condicionado por el entorno, del que obtienen la materia prima casi en exclusividad. Emplean materiales que se hallan copiosamente en las dehesas: piedras, troncos y palos, pajas, hierbas, etc. Con tan sen­cillos elementos naturales componen una cultura material original, de reproducción de mode­los tradicionales casi siempre.
Es legitimo referirse a una “arquitectura pastoril”, de primitivo diseño circular, lo que la emparenta con las culturas castreñas. La tendencia autárquica, en parte, de su sistema productivo les llevó a confeccionarse en otros tiempos sus propias ropas de pie a les, su impedita (zahones, colodras, morrales, abarcas, etc.).
Su cultura objetual ha originado toda una industria pastoril de carácter funcional y diseño utilitario. Tres son los materiales más empleados: madera, asta y hueso. Cucharas, cuencos, cayadas, flautas, castañuelas y un sin fin de objetos más han salido de los árboles cercanos a las majadas. Las astas del vacuno les han servido para confeccionar recipientes diversos, como liaros, polveras, cuernas y otras varias clases de colodras. Con los huesos de los animales preparan los punzones y las largas agujas para prender las mantas de agua.
























En las colodras han exhibido su habilidad artística algunos pastores, adornándolas con incisiones a punta de lezna o navaja. Realizan sobre el asta o madera figuras y objetos de ingenuo esquematismo que tiene como referente, por lo general, la flora y fauna del entorno adehesado. Una expresión más de las hondas relaciones ecológicas que mantiene la cultura pastoril con el medio natural en el que se desarrolla.
En el ciclo festivo de invierno han quedado sedimentadas influencias de la cultura pasto­ril, protagonista indiscutible de muchos rituales que han prevalecido en distintas regiones, en los que el elemento animalizado está presente: botargas, zamarrones, máscaras precarnavales­cas, disfraces con pieles de cabra y ovejas, etc., esparcidos por este país que, dicen, tiene for­ma de piel de toro. Un utensilio ganadero el campanillo o cencerro, ha servido para diversos ritos festivos y de fecundidad. Pero también para sancionar el comportamiento moral de los miembros de las comunidades ganaderas a través de las “cencerradas”, que aun se practican en diversas poblaciones con aquellos viudos o viudas que contraen segundas nupcias.
Pero a esto hay que añadir que muchas vías pecuarias contienen bajo sus entrañas impor­tantes yacimientos arqueo - paleontológicos, y otras tantas, importantes tramos de Calzadas Romanas que han llegado a duras penas hasta nuestros días (como por ejemplo la existente la Cañada Real Leonesa Occidental en su subida al puerto del Pico), y por último, en los alrededores de muchas de ellas se agolpan elementos histórico - artísticos de interés (ermitas, casti­llos, monasterios, palacios, canales históricos, etc.).
FotoS Santiago Bayon Vera 

































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