domingo, 22 de abril de 2018

Haciendo historia - 9




La cultura mesteña
La presencia entre los pueblos de la Península Ibérica durante siglos de una modalidad de pastoreo trashumante de largo alcance, reglamentada y tutelada en el caso castellano por la corporación del Honrado Concejo de la Mesta, ha dejado una huella imborrable en el patrimonio y la idiosincrasia ibéricos, puesto que la misma dinámica de las migraciones cíclicas facilitó el intercambio de objetos y productos característicos de nuestra cultura popular.
De manera que podemos hablar de la existencia de una "cultura mesteña", diferenciada tanto del mundo agrícola como del urbano, algunas de cuyas manifestaciones han venido proyectándose hasta nuestros días y forman parte de las señas de identidad de la piel de toro.
Ahora bien, las manifestaciones culturales ganaderas no son homogéneas, sino que responden a la ordenación estamental de la sociedad y a las categorías que jerarquizaban a los propios agremiados. Por consiguiente, y sin negar la "circularidad" cultural entre ganaderos propietarios y mayorales y pastores asalariados, irán contraponiéndose las casas solariegas y los ranchos a la choza y la cabaña de raíces paleolíticas, el vestuario señorial a la indumentaria campera, el mobiliario lujoso al modesto ajuar salido de las manos del pastor artesano.


Donde la cultura pastoril plasma sus rasgos más arcaicos y naturalistas es en el arte pastoril, la medicina popular y la herboristería, la indumentaria y la gastronomía. El pastor autodidacta decora a punta de navaja y raspado colodras y cuernas con temas astronómicos, vegetales, cinegéticos y taurinos. El utillaje doméstico que ora porta el caballo hatero ora puebla la desnudez de la choza, utiliza la madera y el corcho de las dehesas de paso y majadeo.
De la zamarra y los zahones al zurrón y al morral, de las albarcas a la manta y del cayado a la honda, el vestido del ganadero recicla pieles, huesos y, cómo no, lana labrada en husos, ruecas y telares. El poder curativo de las yerbas se reforzaba con la creencia primitiva en las piedras del rayo colgadas al cuello u ocultas en el fondo del talego. Las migas canas y las calderetas reconfortaban los estómagos, como los rabeles -de origen árabe-, las flautas y las panderetas armonizaban las fiestas