La relación directa con el medio físico puede establecerse a través de los materiales empleados en su edificación, aunque en toda obra humana la evolución está claramente presente. El hecho de ser una arquitectura básicamente autoconstruida, basada en el puro esfuerzo familiar y personal dentro de una economía rural de supervivencia, lleva a la utilización de materiales de construcción fácilmente accesibles, tanto por su situación, facilidad de trabajo y economía. La tierra, la madera y la piedra empleadas, son las existentes en el lugar, estableciéndose su uso conforme a una jerarquía de calidad y durabilidad. Se utilizan los materiales más duraderos, como la piedra, en una gradación que va de menor en los edificios auxiliares y agropecuarios, a mayor en la vivienda, tanto en función de la capacidad económica y posición de los propietarios como del papel funcional y simbólico de lo construido.
Esta identificación con los materiales locales confiere a la arquitectura rural tradicional una gran continuidad temporal, aunque sus tipos básicos evolucionen, e incluso determinados materiales de fácil elaboración pero de menor durabilidad sean poco a poco sustituidos por materiales más duraderos. Así se reemplaza lentamente la madera en forma de fábricas mixtas de entramado con relleno diverso, por las fábricas de piedra; este fenómeno que se produce de un modo muy claro en el bajo medievo por influjo de los incendios masivos, va a ser uno de los impulsos que originarán modelos diferenciados. Otras sustituciones como el tapial por el adobe, se deben más a la autonomía y mayor rapidez de ejecución que permite este segundo, aligerando las fábricas a costa de un inferior aislamiento térmico que se compensa con la propia evolución de la cocina.
Por lo general, los materiales proceden del entorno próximo y con frecuencia el color exterior de esta arquitectura en su globalidad será homogéneo creando, cuando los materiales no están revestidos, una imagen de mimetismo con el entorno físico. Este apoyo en los materiales locales se descubre constantemente si cruzamos los mapas geológicos con los materiales pétreos y térreos utilizados en la arquitectura existente, o con los mapas de vegetación y los diferentes tipos de madera, aunque esto último tenga algunas desviaciones, pues la desforestaciones y repoblaciones han alterado a veces de modo local y profundo las características dominantes de la vegetación autóctona.
Si bien es cierto que en la conformación de los tipos básicos de la arquitectura vernácula un aspecto significativo es el medio físico donde se inserta, no es menos cierto que los diferentes tipos de producción, en relación con las posibilidades del medio físico, son otro factor importante, modificándose justamente con las sociedades donde se han generado. La vivienda rural con sus dependencias y tierras anejas está concebida como una unidad productiva recibiendo denominación propia, como el caserío en el País Vasco, el casal en Galicia, el solar castellano o la quinta asturiana, de tal modo que esta arquitectura por su especificidad es uno de los signos culturales de un lugar, una comarca, una región o un país.
Desde luego las distintas necesidades que la producción agropecuaria plantea hacen que la respuesta sea clara al ofrecer distintas estancias o edificaciones específicas para el uso no estrictamente residencial. Es quizás en esta temática donde mejor se aprecia la relación racional de forma y función, en esta arquitectura concebida como un bien de uso, que no de cambio. Así en las áreas claramente agrarias adquieren relevancia determinados tipos de edificación especializada, como los graneros, los palomares, o las bodegas, y por el contrario en las áreas ganaderas aparecen de modo masivo, los establos de ganado lanar, o tenadas. No obstante la especialización que hoy muestra el medio rural es contradictoria con la mezcla funcional de dichas edificaciones agropecuarias y los límites no son tan claros en la arquitectura, como lo son en los tipos de producción reflejando una economía rural anterior más diversificada, en la que la autosuficiencia tenía gran peso.
UUna segunda cuestión es la supuesta autonomía de la arquitectura popular, como a menudo se presenta para reforzar sus valores propios, contraponiéndola a la denominada arquitectura culta o de época. La tendencia más habitual es la de considerar los ejemplares prototipos de nuestra arquitectura popular como un producto atemporal reflejo de una sociedad rural estática.
Esta interpretación se ha visto favorecida por la relativa lentitud evolutiva y durabilidad limitada de dicha arquitectura. La evolución histórica ciertamente. La evolución histórica no es homogénea en un territorio como el castellano - leonés ni tampoco pueden denominarse “antiguos” los ejemplares que hoy perviven, (pues en ningún caso tienen más allá de seiscientos años y en su mayoría no sobrepasan los doscientos), aunque si clasificar de “primitivo” algunos modelos.
Si bien pueden definirse unos grandes tipos básicos en un territorio, en cuanto a su organización general, la imagen concreta que formalmente muestran es sorprendentemente variada y abierta. Y a veces el tipo puede definirse casi por un elemento característico, como por ejemplo la solana acompañada por los muros resaltados de la casa montañesa, a sabiendas de que es un tipo limitado por la temporalidad muy concreta de nuestro territorio, sustituyendo a otros modelos anteriores. La propia acotación o delimitación territorial es también realmente difícil pues conviven frecuentemente con otros tipos claramente diferenciados produciéndose incursiones minoritarias en territorios dominados por otros modelos, en un proceso de constante mixtura.
Fotos: Santiago Bayon Vera
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