LA LANA EN ESPAÑA
La lana es parte indisociable de nuestra cultura. Su
huella es patente no sólo en la economía y el desarrollo industrial del país,
sino también en el paisaje, el patrimonio material e inmaterial.
A través de la lana podría escribirse por entero una
historia peninsular, y queda sin duda mucha documentación inédita en archivos
públicos y privados que en el futuro permitirá perfilar y corregir muchos de
los datos que hoy damos por buenos.
Sea de cultura tartésica o fenicia, sea producido aquí o
sea importado de próximo oriente, el tesoro del Carambolo es un exponente de
las relaciones comerciales y la fusión cultural - el mito de Argantonio, los
foceos, las influencias egipcias... - en una tierra fértil y especialmente rica
en recursos naturales...
Por supuesto es sólo una evocación, ingenua y algo
romántica, pero que nos viene a la mente cuando los especialistas ven en el
merino remotos orígenes orientales y cruces posteriores con animales
norteafricanos...
En cualquier caso, lo que sí es científicamente cierto es
que en época romana, las fuentes escritas coinciden en apreciar la belleza de
la lana de la Bética y el interés de los ganaderos para mejorar su blancura.
Y otra evocación: los mal llamados pectorales (lingotes o
“galápagos”, s. VI a.C. aprox.)... ¿tienen forma de piel de toro o de vellón?
¿La lana, como valor y como moneda?
Desconocemos con precisión las fechas y las
circunstancias de las primeras asociaciones de ganaderos; en tiempos de guerra
y de razzias, agruparse era fundamental no sólo para conseguir protección
militar para los desplazamientos del ganado (la llamadas “escoltas”) sino
también ante condiciones abusivas de los dueños de las tierras, como parece era
el caso de algunas órdenes militares que detentaban grandes extensiones
meridionales de la península; en cualquier caso, en el primer documento en que
se menciona la Mesta (1273) ya se parte de una experiencia previa y unas rutas
trashumantes relativamente consolidadas. Lo que hace la corona, de Alfonso X a
los Reyes Católicos, es oficializar y regular el funcionamiento de las vías
pecuarias, las normas de convivencia con los (aún escasos) vecinos, y la
recaudación de los impuestos correspondientes, directos a la corona. La
ganadería ocupa y da uso a terrenos baldíos y despoblados después de la
reconquista.
El modelo de gestión de la Mesta funciona, y los
ganaderos le sacan rendimiento. La lana tiene éxito en el mercado exterior, y
el precio sube; y con él, el de los pastos: la regulación del “derecho de
posesión” (1501) y la “tasa de las hierbas” (1633) intentan justamente atajar
las prácticas abusivas (ahora diríamos especulativas) de los propietarios del
suelo
La lana se esquila y se lava cerca de las explotaciones,
se carga en animales y en carros y se manda a las ferias (también reguladas por
la corona).
Desde allí, la exportación se desarrolla en dos sentidos:
Hacia el Mediterráneo (en San Mateo se reunía la lana que
venía del interior (llamada de “garbo” por deformación de Algarve) y de la zona
aragonesa, y salía principalmente por el puerto de Peñiscola; Mallorca y
Menorca también eran exportadoras, y desde allí la lana viajaba por mar hacia
Barcelona, y de allí hacia Génova o Pisa; Sevilla. Cartagena eran otros puertos
de salida de la lana de Castilla. La implicación de genoveses y franceses en el
comercio peninsular es muy importante desde finales de la edad media. Estas mismas rutas, en sentido contrario,
servían para importar, ya convertida en paño, la misma lana, tres años después
de haber salido como materia prima.
Hacia el norte; Burgos es la zona de concentración, desde
donde se dirige a los puertos de Bilbao y Santander, y desde allí hacia Francia
(Nantes, le Havre), Flandes e Inglaterra, países desde donde, también, se
importaba el producto elaborado
Entre los siglos XIV y XVII, toda Europa teje con lana
española. Pero el éxito de la exportación se traduce en poco interés en
invertir, aquí, en instalaciones de transformación.
Menos de 1/3 de la lana producida se procesa en el país;
esta transformación empieza mediante una hilatura rural dispersa, y para la
tejeduría se concentra en algunas zonas urbanas; entre ellas destaca Segovia
(pañería superfina, de
treintaseisenos a veinticuatrenos) y otras zonas de
Castilla y Aragón (Valladolid, Toledo, Cuenca, Ávila, Palencia, Teruel) para
calidades más rústicas. Béjar se
convierte en centro de referencia a partir del s. XVI, de la mano de los Duques
de Béjar, que monopolizan el tinte de lanas hasta entrado el s. XVIII.
Son más de cuatro siglos durante los cuales se suceden
normativas, ordenanzas, pragmáticas y todo tipo de disposiciones legales en las
que se regula absolutamente todo, y no solamente el comercio (lo que sale y lo
que entra) sino también las calidades, medidas y tipología de lo que se
fabrica, como y quien lo fabrica. Un contexto teóricamente garante de la
calidad y protector ante la competencia extranjera pero que a la larga acabará
ahogando a los fabricantes porque no les deja margen alguno para introducir los
cambios que requiere el contexto internacional-
De hecho, la mayoría de centros tradicionales acabarán
perdiendo protagonismo y sólo Segovia (por concentración de establecimientos),
Béjar (que importa trabajadores flamencos) y Cataluña (que se apunta a las
mezclas y a nuevas modalidades de telas, más ligeras) llegan al s. XVIII con
suficiente empuje productor y exportador.
Este modelo económico, que significaba grandes ganancias
tanto para los ganaderos como los intermediarios, suponía una gran
vulnerabilidad por la excesiva dependencia de los mercados exteriores,
fluctuantes tanto por la disponibilidad de lanas de otras procedencias como por
las variaciones en capacidad adquisitiva de la población. Los paños de calidad
tenían un alto coste, y ello da lugar a cambios en la moda y en la tipología de
las telas. Las sucesivas coronas españolas continuaban prohibiendo la salida de
animales merinos del país, y apoyando la Mesta, pero la presión demográfica
requería más tierras de cultivo, los precios de los pastos eran altos y la
ganadería trashumante cada vez se veía más como un estorbo.
Los gobiernos ilustrados optan, definitivamente, por un
modelo de explotación de los recursos agrícolas que integra la ganadería
estante, y deja la trashumancia fuera del mapa (a pesar de que el s. XVIII se
afirma que fue su “siglo de oro”, con más de 5 millones de cabezas).
La renovación política, siguiendo el modelo francés, opta
por la industria y la tecnología, abre las puertas a la salida de animales para
la mejora de razas en otras zonas del planeta y a la entrada de todo lo que
sean mejoras productivas. Ello redunda en favor de la transformación de la
materia prima en tejido.
El modelo gremial de los siglos anteriores da paso al
modelo estatal, que convive con la iniciativa privada. Ésta será, al fin, la
que protagonice el salto hacia la verdadera industria.
Es la época de las reales Fábricas, todas concebidas con
grandes expectativas pero estrepitosamente fracasadas un siglo después (e
incluso antes). La filosofía de base
fue:
-
crear riqueza en zonas
pobres o deprimidas
-
implantar y consolidar
tecnología
-
favorecer exportaciones
que, a su vez, frenaran las importaciones
Sin embargo, las ubicaciones escogidas, aparte de los
recursos básicos (agua, leña, mano de obra) no siempre eran las más
adecuadas. No siempre era fácil el
acceso a la materia prima ni a los mercados, y muchas veces no se contaba con
personal cualificado. El apoyo público fue enorme, pero por si solo no pudo
asegurar la supervivencia de las Fábricas en un contexto de fuerte competencia.
Como ejemplo, citaremos dos situaciones:
-
Segovia, donde la
fábrica de la Real Compañía (1761) pretende remediar la dispersión, locales
inapropiados y conocimientos obsoletos de los tejedores independientes y la
decadencia general de la producción
-
Guadalajara, en que la
Real Fábrica quiere ser un detonante para revitalizar una zona deprimida,
próxima a la Corte pero alejada de todo
En el caso de Segovia, a pesar de los privilegios
(exenciones de impuestos y ayudas para importar materia y exportar paños) la
fábrica quiebra en 1779 y pasa a manos privadas. Se hace con ella Laureano
Ortiz, hombre de negocios que compagina la fábrica con el arrendamiento de
pastos, ganados propios y comercio de lana, explotación de lavaderos, una
fábrica de curtidos, carnes y cereal; sus herederos son gente viajera e
inquieta, que fabrican maquinaria para varios sectores pero no pueden evitar la
decadencia tecnológica de la fábrica, agotada ya en 1825.
En Guadalajara, ya se partía de la inexistencia de mano
de obra cualificada, y por tanto se “importaron” una cincuentena de
trabajadores holandeses que, ellos y familias, se establecieron en la ciudad.
Por influencia de la Fábrica, la ciudad creció, mejoró la agricultura y se
vivió un esplendor inusitado. La Real Fabrica promovió además las instalaciones
auxiliares de Brihuega (donde sí había tradición textil), de San Fernando de
Henares y de San Carlos. Pero la gloria fue pasajera, y todo quedó en nada poco
después de 1800.
Entre los motivos del fracaso, los investigadores
coinciden en el hecho de que se trataba de instalaciones muy grandes, casi
pueblos, entre sus propias dependencias y las auxiliares, con demasiada
concentración de recursos humanos, costoso todo ello de mantener y gestionar.
La calidad del producto, buena en general se apoyaba demasiado en los
conocimientos y habilidades de los “maestros”, y no en la adopción de
tecnologías y maquinaria. Todo ello llevaba a unos costes excesivos, que no
podían competir con las telas de otras procedencias.
Paralelamente, en el s. XVIII se consolida otro modelo,
mucho más versátil (en realidad, mucho más próximo a la tradición de finales de
la edad media): es el de los mercaderes-fabricantes, o de los
fabricantes-mercaderes (según la zona tendrán más importancia unos y otros),
que acceden a la materia prima y controlan el proceso de transformación y
venta. Este modelo se desarrolla en
varias zonas laneras del país y permite hablar de una protoindustrialización
que será decisiva para el despegue industrial del s. XIX. La producción se diversifica en géneros de
alta calidad (para la exportación) y otros más modestos que nutren el consumo
local y nacional. A grandes rasgos, Cataluña se centra más en el estambre,
Béjar en calidades medias, destinadas mayoritariamente a proveer al estamento
militar, Alcoy en lana de carda y Palencia y Onteniente, en mantas.
Este horizonte es el que se desarrolla con fuerza entre
finales del s. XIX y principios del XX, cuando tienen lugar las grandes
inversiones en fábricas y maquinaria, pero también en escuelas especializadas,
entidades bancarias, industrias auxiliares, asociaciones patronales,
comunicaciones... en resumen, la
verdadera industrialización a la que hoy se debe en gran parte nuestra cultura
industrial.
Lo que queda del s.XX no hace falta comentarlo, porque es
de todos conocido: gran expansión aprovechando la coyuntura de la primera
Guerra Mundial, estancamiento posterior, guerra civil, autarquía, problemas de
abastecimiento...
Como curiosidad, referiremos que el primer organismo
internacional del cual España formó parte después de la guerra civil fue,
precisamente, la IWTO (International Wool Textile Organisation).
La industria del último cuarto del s. XX se abastece cada
vez más de lana de importación, y ante la falta de apoyo público los ganaderos
se decantan cada vez más por la carne, que les permite mayor beneficio.
Hoy, España se mantiene como segundo productor europeo de
lana no transformada, después del Reino Unido, y exporta unas 32.000 toneladas
de materia prima de varias calidades (el 60% entrefinas, el resto se reparte
por un igual entre finas y bastas), que representan un 1,29% de las
exportaciones mundiales. En lana limpia, el total se situaría sobre las 15.000
toneladas. Por su parte, la industria importaba en el año 2000 más de 21.000
toneladas, pero en 2007 no ha llegado a las 6.000 (un 0,60 del total mundial).
La “debilidad”, o quizá mejor, la desorientación, viene
por partida triple:
-
el esfuerzo por mejorar
la calidad de la lana no está recompensado, y tiende a ser un subproducto
-
el mercado europeo está
muy fragmentado
-
la industria textil está
en fase de redefinición
Pero la globalización no es una novedad; sin duda ahora
las distancias son menores y los competidores, clientes o socios proceden de
zonas más alejadas, pero la lana ha sido siempre “global”. La cuestión radica y
ha radicado siempre en conseguir un equilibrio entre calidad y precio o, mejor,
entre calidades y precios. Hoy, además, estos baremos ya no se basan únicamente
en las características físicas de la fibra sino en su posición medioambiental y
“social”:
-
ha de ser verde (ya lo
es, y su transformación lo es cada vez más). Falta decirlo a voces.
-
ha de ser versátil y
adaptable a los requerimientos de la moda y unas prestaciones cada vez más
sofisticadas (ya lo es, y la industria lo demuestra)
La gran industria pide regularidad y grandes partidas
homogéneas, mientras otra parte del mercado se interesa por lo singular,
necesita partidas cortas –tanto de fibra como de hilos- y está dispuesta a reconocer (y a pagar) un
plus cultural añadido.
¿Tenemos perspectiva y ánimo suficiente para plantear un
cambio de orientación, en comunicación y coordinación entre todos los eslabones
profesionales y zonas geográficas europeas, para encajar todos los factores?
OPORTUNIDADES EN LA BIOECONOMIA, UN PRODUCTO DE CALIDAD. LA REVALORIZACION DE LA LANA.
Jornada Técnica On line.
17-18 septiembre 2020 RED DE INNOVACIÓN RURAL
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