Si,
como hemos señalado, los mamuts de la época glaciar acertaban a trasladarse
repetitivamente entre Siberia y el valle del Danubio a impulsos de su instinto
de conservación, ¿cómo no iban a efectuarlo muchos de los herbívoros ibéricos
al ser expulsados de las montañas y de las llanuras meridionales, en un caso
por las heladas invernales y en el otro por la aridez estival? Las manadas
fueron sin duda haciendo camino en su reiterada marcha estacional. Primero,
quizá, de manera difusa o múltiple. Después, eliminando ramales. Porque el
desplazamiento desde el sur peninsular hasta las cordilleras más
septentrionales tropieza con otras distintas cadenas montañosas: a partir de
las costas meridionales, con las penibéticas, las subbéticas, las ibéricas y
las prepirenaicas; y en un itinerario más occidental, con Sierra Morena, los
Montes de Toledo y el Sistema Central. En muchos tramos están compuestas por
varios ra-males. Ni siquiera las aves de altos vuelos, como las cigüeñas, los
cru-zan por cualquier parte, sino sobrevolando los menos elevados, que son los
puertos y las depresiones intramontañosas. Y así, por tales corredores
naturales, lo han realizado y realizan también las palomas y las grullas que
vienen de zonas transpirenaicas, en estos casos, respectivamente, por Echalar y
el Roncal. ¿Cómo imaginar a los mamíferos trashumantes cruzando altas sierras
si disponían de más fáciles travesías por sus puertos? En derechura hacia estos
pasos más accesibles harían las manadas de herbívoros salvajes su camino. Como hacen
al presente las que quedan así en zonas circumpolares de escasa población
humana.
Es
lo que, con sus rebaños, efectuaron después los ganaderos, aprendices al
respecto de aquella fauna herbívora no domesticada. Los ya indicados estudiosos
del yacimiento de la Cuesta del Negro ven que «la situación del poblado es
excelente, cercano a un paso natural de extraordinaria importancia, como el
"pasillo del Pozo Alcón", al norte de la Depresión del Guadix,
abierto por el Guadiana Menor, que enlaza con el Alto Guadalquivir y desde aquí
con el sur de la Meseta. Por otro lado, nuestro poblado está enclavado en el
borde de una extensa altiplanicie de magníficas posibilidades pastoriles». Esa
depresión es parte del largo corredor intrabético sobre el que, inmediata a
aquella zona accitana, se halla la de Baza, rica también en necrópolis y
yacimientos neolíticos e ibéricos y con huellas de centuriaciones. Y donde
surgieron ciudades importantes sobre «amplios retazos, lo que justifica el
trazado de la Vía Augusta y quizá otros caminos más antiguos para comunicar el
E. y S. de la Península».' En efecto, dentro del intrincado conjunto montañoso
bético, en tal surco longitudinal no faltan otros menores transversales y todos
facilitan el contacto con zonas situadas allende las cordilleras que los
cercan. Y lo mismo cabe señalar respecto a las otras alineaciones montañosas
transversales a las tradicionales rutas mesteñas.
Ciertamente
que alguno de tales puertos montañosos entrañaría dificultades de paso. A eso
parece aludir el nombre de Reventón que se dio al que ha de cruzar uno de los
ramales de la Cañada Sonaría cuando choca con la sierra de Calderina, en los
Montes de Toledo, camino del Valle de Alcudia. En contraposición a ése, otros
cruces serranos expresan en sus nombres cierta facilidad de ascensión. En los
distintos brazos de la cañada Leonesa, por ejemplo, puerto Pando, alto de las
Lomas, raso del Collado, collado de la Venta del Cojo, puerto Bajero, puertecilio
de la Sierra de Cristina o la Serrezuela, portillo de Garabís o Portollano y,
también, portillo de Villanovita. Y no a otra razón que la de la mayor
facilidad respondía el cruce que efectuaba la Segoviana por Somosierra, puerto
de altitud inferior en 805 m que, por ejemplo, el de Navafría, al oeste en el
mismo Sistema Central montañoso.
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