Las repercusiones sobre el herbazal
La vida vegetal se atempera a esos ritmos
climáticos. Así lo traducen las isofenas o curvas que enlazan los puntos en los
que se produce a la vez un mismo fenómeno de subordinación natural
meteorológica. Una puede ser la relativa a la floración del almendro, aunque no
tenga relación con el aprovechamiento pecuario. En 1992 tal floración, anunciadora
de bonanza térmica, acaeció hacia la mitad del mes de enero en una limitada
zona pacense, en el bajo valle del Guadalquivir y en el litoral penibético y
surestino. Las dos isofenas quincenales siguientes contornean a ésa hasta
englobar la de mediados de febrero a la meseta inferior y a casi todo el
litoral mediterráneo. En contraste con ello, la franja cantábrica y la zona
pirenaica no vieron sus almendros en flor hasta comienzos de abril, es decir,
dos meses y medio después que aquella zona meridional, y lo mismo ocurrió o más
tarde en las montañas ibérico-sorianas.
A la inversa, la desnudez de los
viñedos, estampa expresiva del comienzo de los fríos invernales, se había
producido en 1991 a principios de noviembre en el carasol de las montañas
prepirenaicas y en los sistemas Ibérico y Central; hasta una quincena después
en las zonas que circundan a ésas en el interior y, por el contrario, los
bacelares onubenses y gaditanos, más los del sureste y los del entorno del
delta del Ebro continuaron vestidos de hojas hasta el mes de diciembre, esto
es, poco antes de que en algunas de estas partes se iniciara la floración del
almendro.
Las mismas diferencias climáticas
señaladas antes determinan también, claro está, las disponibilidades de herbazal.
En la Bética, Extremadura y La Mancha el período estival es largo y con altas
temperaturas, a las que no acompañan precipitaciones que las suavicen. Lo mismo
ocurre en la costa penibética, en las llanuras levantinas e incluso en el interior
de la depresión del Ebro, zonas desde las que también se trasladaba ganado
hasta las montañas próximas. Tanto en aquéllas como en éstas la vegetación
herbácea no encuentra entonces humedad suficiente en las capas superiores del
suelo para conservar la jugosidad y el verdor que mantuvo hasta la primavera y
que no podrá recuperar hasta que se inicie la otoñada, es decir, cuando tornen
de nuevo las temperaturas suaves y las precipitaciones. Sobre las montañas, más
frescas y húmedas, tal verdor está en su plenitud durante el final de la
primavera y el inicio estival y, en cambio, son las heladas invernales las que
lo quebrantan. Los valores de él iguales o inferiores a 0,2 expresan que el
crecimiento vegetal se halla detenido y, en cambio, los próximos a la unidad
traducen la intensidad del mismo. Tomemos como ejemplo los resultados de
aquellas localidades situadas en los extremos de la vía merinera que enlazaba
la baja Andalucía con las montañas ibérico-sorianas. Se observa que el período
en el que es intenso el crecimiento de la vegetación, en la sevillana resulta
tan reducido que puede considerarse inexistente, mientras que en el campo de la
soriana abarca los meses de mayo y junio. Y, por el contrario, el crecimiento
está detenido en el de la andaluza en pleno verano, desde mediados de junio
hasta finales de agosto, y en la soriana durante el invierno.
Fotos: Santiago Bayon Vera
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