martes, 29 de septiembre de 2015

El medio natural y la trashumancia - 3

Las repercusiones sobre el herbazal



            La vida vegetal se atempera a esos ritmos climáticos. Así lo traducen las isofenas o curvas que enlazan los puntos en los que se produce a la vez un mismo fenómeno de subordinación natural meteorológica. Una puede ser la relativa a la floración del almendro, aunque no tenga relación con el aprovechamiento pecuario. En 1992 tal floración, anunciadora de bonanza térmica, acaeció hacia la mitad del mes de enero en una limitada zona pacense, en el bajo valle del Guadalquivir y en el litoral penibético y surestino. Las dos isofenas quincenales siguientes contornean a ésa hasta englobar la de mediados de febrero a la meseta inferior y a casi todo el litoral mediterráneo. En contraste con ello, la franja cantábrica y la zona pirenaica no vieron sus almendros en flor hasta comienzos de abril, es decir, dos meses y medio después que aquella zona meridional, y lo mismo ocurrió o más tarde en las montañas ibérico-sorianas.


            A la inversa, la desnudez de los viñedos, estampa expresiva del comienzo de los fríos invernales, se había producido en 1991 a principios de noviembre en el carasol de las montañas prepirenaicas y en los sistemas Ibérico y Central; hasta una quincena después en las zonas que circundan a ésas en el interior y, por el contrario, los bacelares onubenses y gaditanos, más los del sureste y los del entorno del delta del Ebro continuaron vestidos de hojas hasta el mes de diciembre, esto es, poco antes de que en algunas de estas partes se iniciara la floración del almendro.



            Las mismas diferencias climáticas señaladas antes determinan también, claro está, las disponibilidades de herbazal. En la Bética, Extremadura y La Mancha el período estival es largo y con altas temperaturas, a las que no acompañan precipitaciones que las suavicen. Lo mismo ocurre en la costa penibética, en las llanuras levantinas e incluso en el interior de la depresión del Ebro, zonas desde las que también se trasladaba ganado hasta las montañas próximas. Tanto en aquéllas como en éstas la vegetación herbácea no encuentra entonces humedad suficiente en las capas superiores del suelo para conservar la jugosidad y el verdor que mantuvo hasta la primavera y que no podrá recuperar hasta que se inicie la otoñada, es decir, cuando tornen de nuevo las temperaturas suaves y las precipitaciones. Sobre las montañas, más frescas y húmedas, tal verdor está en su plenitud durante el final de la primavera y el inicio estival y, en cambio, son las heladas invernales las que lo quebrantan. Los valores de él iguales o inferiores a 0,2 expresan que el crecimiento vegetal se halla detenido y, en cambio, los próximos a la unidad traducen la intensidad del mismo. Tomemos como ejemplo los resultados de aquellas localidades situadas en los extremos de la vía merinera que enlazaba la baja Andalucía con las montañas ibérico-sorianas. Se observa que el período en el que es intenso el crecimiento de la vegetación, en la sevillana resulta tan reducido que puede considerarse inexistente, mientras que en el campo de la soriana abarca los meses de mayo y junio. Y, por el contrario, el crecimiento está detenido en el de la andaluza en pleno verano, desde mediados de junio hasta finales de agosto, y en la soriana durante el invierno. 
Fotos: Santiago Bayon Vera

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