miércoles, 26 de febrero de 2014

Pastores, trashumancia y Pirineos - 3



En uno de esos períodos intermedios, el de la primavera comenzamos el ciclo pastoril.  A mediados de mayo, aproximadamente llegaba el momento de regresar a los distintos lugares de origen se retornaba al añorado Pirineo, precediéndose tras el regreso que acontecía a finales del mencionado mes a desarrollar diversas e ineludibles tareas actividades que se amontonaban fabrilmente: esquilar, “femar” campos con “cletaos”, “desvezar” a !os corderos, “sanjuanar”  el rebaño, realizar la cópula para San Pedro, preparar la mallata del puerto, etc.".
Momento equinoccial que marcaba el cambio a una nueva fase, el inicio de nuevas labores en e! año/ciclo, concentrándose durante los meses de agosto y septiembre, en los que se daba dentro de! ciclo pastoril la vida más postergada, pero a! mismo tiempo más consubstancial con la esencia altiva, independiente y sabia con la naturaleza del montañés: la vida en la mallata del puerto.  Este es, quizás, e! período, la fase más intensamente vivida, en la que mejor se puede apreciar cada uno de los hitos de esta actividad, y en la que mejor se comprende a la persona que lo lleva a efecto, al pastor, ese ser tremendamente humano, respetuoso, sabio, solitario y bondadoso: esa persona, en definitiva, que mejor encarna el espíritu y los modos de ser en la montaña, que sirve como ejemplo para describir a los montañeses, personas muy retraídas y recelosas en un primer momento, las mismas que superado ese inicial contacto y a medida que van conociendo al forastero, al proveniente de otros lugares  pondrían a disposición de! recién llegado todo lo que tienen: personas tremendamente desprendidas, solidarias , caracterología de todo aquel que vive en un medio duro y hostil y dispuestas a ayudar siempre que uno, sea quien sea, lo necesite, haciendo gala del concepto de hospitalidad que tienen todas las sociedades tradicionales.
Foto: Santiago Bayon Vera 

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