jueves, 8 de diciembre de 2011

Mazizo Iberico - 3

Profundizando en el factor humano, la trashumancia se puede considerar como una actividad tradicional que concentra y sirve de eje a la propia explotación pecuaria. Esta característica de actividad "concentrada" se ve alterada por los diversos cambios que a lo largo del tiempo se han sucedido, en particular la transformación en el sistema de transporte.
En las sociedades completas e integradas -mundo rural- la alteración de uno de los elementos puede desencadenar una transformación total, aunque lo más probable es que dicha transformación sea parcial y coexista con elementos, actitudes o sistemas de relaciones pertenecientes al pasado. Así pues, aunque los modos de vida y las actividades trashumantes se han ido adecuando a las nuevas situaciones, siguen existiendo pautas de comportamiento que tienen una larga pervivencia.
La actividad trashumante en la región viene marcada por una clara tradición familiar que pasa de padres a hijos, siendo excepcional la incorporación de miembros de otras procedencias. La edad media de los mismos se sitúa actualmente en 50,5 años, dato elocuente de la regresión que este sistema pastoril presenta en la actualidad. La ausencia de jóvenes es así otra de las causas que pone en grave peligro la supervivencia de la trashumancia.
Es muy frecuente que los propietarios de los rebaños se encarguen también del manejo, siendo cada vez menor el número de trabajadores contratados. Las causas que motivan esta circunstancia son en parte económicas (reducción de costes en mano de obra), pero también responde a la dificultad de conseguir personal cada vez más escaso y peor cualificado. Estos pastores contratados provienen en su mayoría de Extremadura y se mantienen por año o por temporada (verano e invierno). Muchos de estos asalariados han incorporado esta actividad como una más de su calendario laboral, lo que indica la falta de especialización ya mencionada.


A través de las encuestas a ganaderos sorianos, riojanos y burgaleses de edad avanzada, aparecen dos ideas muy arraigadas: la primera es la de ligar la importancia de la actividad trashumante con el pasado. Muchos ganaderos hablan de la trashumancia y la remontan a hechos como la conquista de Numancia, saben de su antigua pertenencia a un hecho social y económico importante (La Mesta) y consideran su sistema de vida corno un arcaísmo inmerso en un mundo que evoluciona muy rápidamente.
No obstante, la transformación de los modos de vida de la ganadería trashumante ha sido muy importante, aunque los pastores piensen que su actividad no ha sufrido cambios desde sus inicios, y se hable de las artesanías primitivas, de caminos prehistóricos, de comidas ancestrales, como si la trashumancia fuera una isla intemporal por la que no pasaran los aires renovadores.
Baste reparar en las repercusiones originadas por el transporte mecánico, que trastornó el ciclo anual tradicional de los desplazamientos ganaderos. En efecto, con el transporte por ferrocarril, al reducirse a cuatro o cinco días el recorrido más largo, la época de pastizal se amplía, como en el caso de los ganaderos de La Rioja o Burgos, pero se rompió el equilibrio tradicional que la actividad poseía, según los viejos mayorales.
La segunda particularidad que los propios pastores atribuyen a su modo de vida es la de la rusticidad y la vida sacrificada, siempre comparándola con los dos puntos de referencia más próximos, los pastores estantes y los agricultores.
La tradición oral nos narra cómo ve la actividad un ganadero de Huerta de Arriba (Burgos):
La dureza de la actividad trashumante la centran en dos aspectos fundamentales: la constancia y la lejanía del hogar. La dedicación diaria, permanente, durante toda la jornada, y en muchas ocasiones durante las noches, "eso no se paga con dinero":
La distancia al hogar la reflejan sobre todo los zagales –el grupo más joven y más bajo de la jerarquía laboral pastoril- en los versos de sus composiciones.
Algunos de los actuales ganaderos sólo han vivido la trashumancia del ferrocarril, pero conocen los modos de vida tradicionales anteriores a los años cuarenta. Se entremezclan los datos de ambos grupos de edad para ofrecer así una visión diacrónica de la actividad con una diferencia de cincuenta años. La composición laboral de un rebaño trashumante típico era de cuatro hombres, dirigidos por un “mayoral". Este ostentaba la autoridad y la representación del amo, propietario del ganado. Los pastores tenían una designación según su cometido:


“El rabadán”, ayudante del mayoral, estaba encargado de las labores de la paridera, que se iniciaban en los primeros días del mes de diciembre.
El yuguero tenía como misión el cuidar de las caballerías y del hato o equipo de los pastores en sus viajes a “extremos”; ya en la finca del sur se ocupaba de las labores del pastoreo, junto con «el compañero».
“El zagal”, casi un muchacho, cumplía labores domésticas y ayudaba en los trabajos ganaderos con escasa experiencia. Su formación dependía del mayoral, responsable de que el muchacho aprendiera y practicara la lectura; el resto de los pastores ya adultos le enseñaban el oficio entre bromas y coscorrones:
La jornada tenía un horario que también ha variado. Tradicionalmente los pastores "velaban" su ganado durante la noche para evitar los ataques de los lobos, dividiendo las horas en cuatro o cinco turnos, en los que cada pastor "vigilaba" al ganado. El último turno de vela era para el mayoral, quien preparaba el fuego para despertar al conjunto. Después de consumir las migas, los pastores partían para dividir "los hatos" y realizar "los careos" o recorridos diarios del ganado. Al anochecer cada pastor acudía con su parte del rebaño, que cerraba en un espacio delimitado por "las redes" o "cancillas". Se cenaba en común y se distribuían las imaginarias como en la noche anterior. En la actualidad algunos ganaderos no residen en las fincas, sino que al anochecer concluyen su labor y van a pernoctar al pueblo más cercano, donde pueden residir con su familia, por lo que su modo de vida no difiere del de los pastores estantes.
Fotos: Santiago Bayon Vera 

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