jueves, 20 de octubre de 2011

Andalucia - Córdoba - Los Pedroches - 3



En su afán por ampliar a toda costa las super­ficies de cultivo, la reordenación agraria de la comarca estuvo marcada por una intensa defores­tación desde finales del siglo XIX y hasta bien en­trado el siglo XX. Las roturaciones fueron más ge­neralizadas en la subcomarca oriental.

Diversos condicionantes agronómicos favore­cieron el ahuecamiento del monte, dando lugar a dehesas, que si bien en principio tuvieron apro­vechamiento agrícola, más tarde, cuando los sue­los se fueron agotando y el chaparral creciendo, se destinaron al aprovechamiento ganadero.

En las tierras adquiridas en la desamortización civil por los grandes terratenientes, los desmon­tes fueron llevados a cabo por jornaleros y pelan­trines, a quienes se cedían temporalmente las suertes desmontadas, o bien se explotaban en ré­gimen de aparcería. Este sistema tuvo bastante auge hacia 1900, cuando las cosechas aún propor­cionaban altos rendimientos.

Los paisajes agrarios resultantes de estos des­montes estuvieron también definidos por el ám­bito litológico. Así, sobre los granitos predomi­naron las denominadas “nuevas dehesas”; sobre pizarras se hicieron plantaciones de olivar en gran­des latifundios.


Otra diferenciación paisajística de la subco­marca oriental en esta época fue la aparición de “campos cerrados”.

El cercado de los campos sur­gió por motivaciones relacionadas con la afirma­ción de la propiedad, así como por su funcionali­dad agraria, al reservar espacios diferenciados para labor, ganadería, etc. En las antiguas villas de se­ñorío el paisaje agrario conformado por las gran­des fincas (“quintos”), compradas de forma indi­visa, no varió; la única diferencia fue —como en otros casos— que los “quintos” dejaron de ser unidades de explotación para convertirse en uni­dades patrimoniales.

Lo que sí variaron fueron los regímenes de te­nencia ante la ampliación de superficie de culti­vo y los cambios en la estructura de la propiedad. En la mitad occidental se pueden resaltar tres ca­sos: a) Las propiedades fragmentadas por compra de pequeños arrendatarios y colonos (propiedad minifundista o de tipo medio) fueron explotadas directamente por los propietarios; b) en las dehe­sas no divididas («quintos») los compradores, an­teriormente grandes arrendatarios, realizaban directamente el aprovechamiento ganadero mien­tras que el uso agrícola se hacía en régimen de aparcería, y c) en las tierras que todavía pertene­cían a la nobleza predominaba el arrendamiento a cinco años.



En la mitad oriental, la aparcería fue el soporte casi exclusivo en las explotaciones agrarias, cuya extensión resultaba superior a la fuerza de traba­jo del propietario (fincas de más de 300 Ha). Es­te sistema, en aquellos momentos, fue rentable tanto para el propietario, que tenía resuelta la ma­no de obra y se evitaba la inversión en aperos de labranza, como para el aparcero, que tenía cu­biertas sus necesidades de subsistencia cuando las cosechas en las tierras recién roturadas eran exce­lentes. Los propietarios lograron una rápida capi­talización que les permitió comprar tierras en Sie­rra Morena y en el Valle del Guadalquivir, lo que condujo a una explotación mixta sierra-campiña que favoreció a la ganadería para la práctica de la trasterminancia. También los cercados permi­tieron la incorporación de las pequeñas explota­ciones a la dinámica mercantil.

De forma general, se puede decir que la apa­rición de unas explotaciones agrarias nuevas, así como la instauración de un nuevo sistema de pro­ducción, llevaron a una especialización subco­marcal (ganadera o cerealista); como consecuencia se estableció un modo de producción «capitalis­ta» respaldado por el crecimiento demográfico de la comarca y por la presencia del ferrocarril Peña­rroya-Puertollano desde 1907, el cual supuso un cauce para la exportación de ganados y la integra­ción en los mercados nacionales.

La desconcentración de la propiedad en la sub­comarca occidental contrastaba con la concentra­ción experimentada en la oriental, en la que el cre­cimiento demográfico y la estacionalidad de los aprovechamientos ganaderos y cerealísticos moti­varon la aplicación de la Ley de Reforma Agraria de 1932. La comarca se vio afectada en cuanto a las fincas objeto de expropiación relacionadas con los apartados 12 y 131 de dicha Ley, de forma que la superficie expropiable era máxima en los antiguos señoríos y más reducida en las villas de realengo. Sin embargo, su puesta en funciona­miento fue muy ralentizada y sus efectos escasos al ser modificada por la ley de contrarreforma de 1935. Así, tras la Guerra Civil, la estructura de la propiedad en la comarca de Los Pedroches resul­taba muy similar a la de 1932.

En la década 1940-50 se aprecia una evolución diferente según se trate de pequeñas o grandes propiedades. Las alteraciones experimentadas por las primeras son pocas y se deben a la dinámica sucesoria; por tanto, no existen cambios en la su­perficie ni en el número de propietarios. Sin em­bargo, aparecen nuevos factores tendentes a la concentración, tales como la venta de tierras, de forma puntual, por parte de los grandes hacen­dados, o la liquidación de patrimonios procedentes de herencias rústicas de personas físicas desa­parecidas en la Guerra Civil. Se generalizan las compras en el Valle del Guadalquivir para con­solidar las explotaciones agropecuarias de sierra­-campiña.


A partir de 1950, y en las décadas sucesivas, surge una nueva tendencia evolutiva. Las gran­des propiedades del área occidental sufren una progresiva fragmentación, bien por la compra de las mismas por parte de sociedades de veci­nos (caso de los vecinos de Peñalsordo, que com­pran los bienes pertenecientes aún a la nobleza de Santa Eufemia), o bien por particiones here­ditarias; en el área oriental se ponen a la venta latifundios de sierra poco rentables, pero apro­vechables como espacios cinegéticos. La evolu­ción de la pequeña propiedad es más compleja, pero, en general, las transferencias que experi­mentaron afectarían muy poco a la estructura. La propiedad intermedia debió de ser, por el contrario, la que se viera más afectada, al con­verger en ella las fincas procedentes de la frag­mentación de las grandes propiedades y la con­centración de las pequeñas.

Para ilustrar esta situación sirven los datos del Catastro de Rústica referidos a 1978-1980: más del 76% de los propietarios de la comarca lo son de explotaciones menores de 10 Ha y tan sólo po­seen el 10,15% de la superficie comarcal; los propietarios de más de 300 Ha representan el 0,81% y concentran el 3O,35% de la superficie. EI grupo protagonista lo componen los propie­tarios con explotaciones de 10 a 300 Ha, ya que, siendo tan sólo el 22,75%, poseen el 59,5% de la superficie. Son además las explotaciones in­cluidas en este grupo las que actualmente se juz­gan más rentables.

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