En su afán por ampliar a toda costa las superficies de cultivo, la reordenación agraria de la comarca estuvo marcada por una intensa deforestación desde finales del siglo XIX y hasta bien entrado el siglo XX. Las roturaciones fueron más generalizadas en la subcomarca oriental.
Diversos condicionantes agronómicos favorecieron el ahuecamiento del monte, dando lugar a dehesas, que si bien en principio tuvieron aprovechamiento agrícola, más tarde, cuando los suelos se fueron agotando y el chaparral creciendo, se destinaron al aprovechamiento ganadero.
En las tierras adquiridas en la desamortización civil por los grandes terratenientes, los desmontes fueron llevados a cabo por jornaleros y pelantrines, a quienes se cedían temporalmente las suertes desmontadas, o bien se explotaban en régimen de aparcería. Este sistema tuvo bastante auge hacia 1900, cuando las cosechas aún proporcionaban altos rendimientos.
Los paisajes agrarios resultantes de estos desmontes estuvieron también definidos por el ámbito litológico. Así, sobre los granitos predominaron las denominadas “nuevas dehesas”; sobre pizarras se hicieron plantaciones de olivar en grandes latifundios.
Otra diferenciación paisajística de la subcomarca oriental en esta época fue la aparición de “campos cerrados”.
El cercado de los campos surgió por motivaciones relacionadas con la afirmación de la propiedad, así como por su funcionalidad agraria, al reservar espacios diferenciados para labor, ganadería, etc. En las antiguas villas de señorío el paisaje agrario conformado por las grandes fincas (“quintos”), compradas de forma indivisa, no varió; la única diferencia fue —como en otros casos— que los “quintos” dejaron de ser unidades de explotación para convertirse en unidades patrimoniales.
Lo que sí variaron fueron los regímenes de tenencia ante la ampliación de superficie de cultivo y los cambios en la estructura de la propiedad. En la mitad occidental se pueden resaltar tres casos: a) Las propiedades fragmentadas por compra de pequeños arrendatarios y colonos (propiedad minifundista o de tipo medio) fueron explotadas directamente por los propietarios; b) en las dehesas no divididas («quintos») los compradores, anteriormente grandes arrendatarios, realizaban directamente el aprovechamiento ganadero mientras que el uso agrícola se hacía en régimen de aparcería, y c) en las tierras que todavía pertenecían a la nobleza predominaba el arrendamiento a cinco años.
En la mitad oriental, la aparcería fue el soporte casi exclusivo en las explotaciones agrarias, cuya extensión resultaba superior a la fuerza de trabajo del propietario (fincas de más de 300 Ha). Este sistema, en aquellos momentos, fue rentable tanto para el propietario, que tenía resuelta la mano de obra y se evitaba la inversión en aperos de labranza, como para el aparcero, que tenía cubiertas sus necesidades de subsistencia cuando las cosechas en las tierras recién roturadas eran excelentes. Los propietarios lograron una rápida capitalización que les permitió comprar tierras en Sierra Morena y en el Valle del Guadalquivir, lo que condujo a una explotación mixta sierra-campiña que favoreció a la ganadería para la práctica de la trasterminancia. También los cercados permitieron la incorporación de las pequeñas explotaciones a la dinámica mercantil.
De forma general, se puede decir que la aparición de unas explotaciones agrarias nuevas, así como la instauración de un nuevo sistema de producción, llevaron a una especialización subcomarcal (ganadera o cerealista); como consecuencia se estableció un modo de producción «capitalista» respaldado por el crecimiento demográfico de la comarca y por la presencia del ferrocarril Peñarroya-Puertollano desde 1907, el cual supuso un cauce para la exportación de ganados y la integración en los mercados nacionales.
La desconcentración de la propiedad en la subcomarca occidental contrastaba con la concentración experimentada en la oriental, en la que el crecimiento demográfico y la estacionalidad de los aprovechamientos ganaderos y cerealísticos motivaron la aplicación de la Ley de Reforma Agraria de 1932. La comarca se vio afectada en cuanto a las fincas objeto de expropiación relacionadas con los apartados 12 y 131 de dicha Ley, de forma que la superficie expropiable era máxima en los antiguos señoríos y más reducida en las villas de realengo. Sin embargo, su puesta en funcionamiento fue muy ralentizada y sus efectos escasos al ser modificada por la ley de contrarreforma de 1935. Así, tras la Guerra Civil, la estructura de la propiedad en la comarca de Los Pedroches resultaba muy similar a la de 1932.
En la década 1940-50 se aprecia una evolución diferente según se trate de pequeñas o grandes propiedades. Las alteraciones experimentadas por las primeras son pocas y se deben a la dinámica sucesoria; por tanto, no existen cambios en la superficie ni en el número de propietarios. Sin embargo, aparecen nuevos factores tendentes a la concentración, tales como la venta de tierras, de forma puntual, por parte de los grandes hacendados, o la liquidación de patrimonios procedentes de herencias rústicas de personas físicas desaparecidas en la Guerra Civil. Se generalizan las compras en el Valle del Guadalquivir para consolidar las explotaciones agropecuarias de sierra-campiña.
A partir de 1950, y en las décadas sucesivas, surge una nueva tendencia evolutiva. Las grandes propiedades del área occidental sufren una progresiva fragmentación, bien por la compra de las mismas por parte de sociedades de vecinos (caso de los vecinos de Peñalsordo, que compran los bienes pertenecientes aún a la nobleza de Santa Eufemia), o bien por particiones hereditarias; en el área oriental se ponen a la venta latifundios de sierra poco rentables, pero aprovechables como espacios cinegéticos. La evolución de la pequeña propiedad es más compleja, pero, en general, las transferencias que experimentaron afectarían muy poco a la estructura. La propiedad intermedia debió de ser, por el contrario, la que se viera más afectada, al converger en ella las fincas procedentes de la fragmentación de las grandes propiedades y la concentración de las pequeñas.
Para ilustrar esta situación sirven los datos del Catastro de Rústica referidos a 1978-1980: más del 76% de los propietarios de la comarca lo son de explotaciones menores de 10 Ha y tan sólo poseen el 10,15% de la superficie comarcal; los propietarios de más de 300 Ha representan el 0,81% y concentran el 3O,35% de la superficie. EI grupo protagonista lo componen los propietarios con explotaciones de 10 a 300 Ha, ya que, siendo tan sólo el 22,75%, poseen el 59,5% de la superficie. Son además las explotaciones incluidas en este grupo las que actualmente se juzgan más rentables.
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