En
uno de esos períodos intermedios, el de la primavera comenzamos el ciclo
pastoril. A mediados de mayo,
aproximadamente llegaba el momento de regresar a los distintos lugares de
origen se retornaba al añorado Pirineo, precediéndose tras el regreso que
acontecía a finales del mencionado mes a desarrollar diversas e ineludibles
tareas actividades que se amontonaban fabrilmente: esquilar, “femar” campos con
“cletaos”, “desvezar” a !os corderos, “sanjuanar” el rebaño, realizar la cópula para San Pedro,
preparar la mallata del puerto, etc.".
Momento
equinoccial que marcaba el cambio a una nueva fase, el inicio de nuevas labores
en e! año/ciclo, concentrándose durante los meses de agosto y septiembre, en
los que se daba dentro de! ciclo pastoril la vida más postergada, pero a! mismo
tiempo más consubstancial con la esencia altiva, independiente y sabia con la
naturaleza del montañés: la vida en la mallata del puerto. Este es, quizás, e! período, la fase más
intensamente vivida, en la que mejor se puede apreciar cada uno de los hitos de
esta actividad, y en la que mejor se comprende a la persona que lo lleva a
efecto, al pastor, ese ser tremendamente humano, respetuoso, sabio, solitario y
bondadoso: esa persona, en definitiva, que mejor encarna el espíritu y los
modos de ser en la montaña, que sirve como ejemplo para describir a los
montañeses, personas muy retraídas y recelosas en un primer momento, las mismas
que superado ese inicial contacto y a medida que van conociendo al forastero,
al proveniente de otros lugares pondrían
a disposición de! recién llegado todo lo que tienen: personas tremendamente desprendidas,
solidarias , caracterología de todo aquel que vive en un medio duro y hostil y
dispuestas a ayudar siempre que uno, sea quien sea, lo necesite, haciendo gala
del concepto de hospitalidad que tienen todas las sociedades tradicionales.
Foto: Santiago Bayon Vera
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