lunes, 2 de julio de 2018

Haciendo historia - 10


 Fotos. Oncala (Soria) (Santiago Bayón Vera) 

En otro orden de cosas, la metrología será más antropocéntrica entre los agricultores, donde el cuerpo y sus miembros constituían las unidades aldeanas por excelencia, mientras tenía connotaciones espaciales entre los mesteños, que medían las dehesas de los extremos y los puertos de las cabeceras en millares o superficie que proporcionaba  yerbas a mil ovejas y quintos a quinientas cabezas. La conversión o la equivalencia de estas medidas antiguas a las actuales sólo puede ser aproximativa, puesto que no era lo mismo una cabeza de hierba en la umbría que en la solana, en terreno limpio o pedregoso, en alto o en llano. Por fin, la imposición del sistema métrico decimal que acompaña al triunfo de los regímenes liberal-burgueses, sin ir precedida de la pertinente revolución mental en agricultores y ganaderos, deshumanizará estas tradiciones pastoriles, empíricas, armónicas y mesuradas. La abstracción del metro, materializada en una barra de platino conservada en el Museo de Artes y Oficios de París, estará siempre más alejada del campesino que su relación ecológica con el medio natural.


Mientras la ganadería estante se integraba en las explotaciones agrarias, las migraciones pecuarias eran contempladas con recelo por el labrador, que consideraba a los herbazales y a las tierras marginales como un seguro de vida en años de carestía y vigencia de la ley de rendimientos decrecientes. El campo de visión del paisaje que tiene el pastor desde la cañada y los extremos le permitía tener una sucesión de horizontes de la que carecía el labriego apegado a su terruño. En cambio, su procedencia serrana, en la medida en que las montañas eran consideradas la reserva de la brujería y los miedos para los habitantes de los burgos y las villas, y su calidad de “hombre  de paso”, contribuyeron a su fama de asocial en el seno de las culturas sedentarias. La consideración de los pastores migratorios como “intocables” y etnia marginal la hemos constatado desde las tribus nómadas hasta los mesteños a los que alude el romancero castellano. Y es que la antítesis a las sociedades agrícolas, al mundo culto, y, por tanto, cultivado, viene dada por los pueblos ganaderos y montañeses.
Cuadro de texto: NEl ciclo trashumante  entre llanuras y cordilleras ha sido clasificado por los geógrafos en las modalidades de ascendente, descendente y doble, y por los historiadores en normal, inverso y mixto. Pero más que la forma que adopta la actividad pastoril en las sierras, nos interesa la polivalencia de las mismas, pues pueden ser a un tiempo fortalezas mili- tares inexpugnables y refugio para marginados y razas malditas, pueden hitar fronteras entre formaciones políticas e integrar a poblaciones de las dos vertientes, como ocurre entre mesteños y vaqueiros en la divisoria asturleonesa o entre españoles y franceses en los Pirineos.

Cuadro de texto: NAhora bien, aunque los trashumantes serranos necesiten de los extremos para cerrar su ciclo económico, no pueden evitar que la gente de los valles desconfíe de ellos. Las moradas montuosas, de suelos pobres, naturaleza salvaje y culturas arcaicas, serán vis- tas por las poblaciones de las planicies como un mundo adusto y marginal a las civilizaciones. Es por eso que los guardianes de la ortodoxia situarán en las alturas inhóspitas los reinos diabólicos del hechizo y la brujería, la superstición y el aquelarre, los miedos reflejados de los intelectuales de las ciudades. Y las montañas sólo perderán esta condición

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