jueves, 15 de septiembre de 2011

Trashumancia Valle de Alcudia - Campo de Calatrava - 4

Desarrollo de la Trashumancia

Las tierras de pastos de Alcudia, pertenecientes al Maestrazgo de Calatrava, constituyeron, al menos desde la época de la Reconquista, los pastizales de invernada de los ganaderos trashumantes de Castilla, especialmente los procedentes de Seria, Cuenca, Segovia y Guadalajara.
El procedimiento de disfrute de los pastos era mediante arrendamientos que se efectuaban en subastas públicas, aunque dichas subastas estaban controladas por los ganaderos mesteños más poderosos. Las dehesas de pastos y labor sólo podían arrendarse a los vecinos del Campo, mientras que las de puro pasto se arrendaban a éstos y a los ganaderos trashumantes. En general, el invernadero y el agostadero se arrendaban por separado, siendo los arrendatarios de este último los vecinos del Campo. Desde el siglo XVI los pastos se arrendaban colectivamente por la Real Hacienda, distribuyéndose el precio del arriendo proporcionalmente a las dehesas ocupadas por cada ganadero. La renovación casi automática de las mismas dehesas por idénticos ganaderos dio lugar a la figura del «posesionero» de Alcudia, arrendatario que debido a la renovación ininterrumpida del arrendamiento llegó a pretender tener algún derecho de dominio sobre las dehesas que utilizaba. Fue precisamente en virtud de este ficticio «derecho de posesión» como los ganaderos de la Mesta detentaron ininterrumpidamente durante siglos los pastizales de Alcudia, sin permitir hasta el siglo XVII, y sólo de forma excepcional, la entrada de rebaños locales durante el invierno.
El arrendamiento de los pastos de invierno, que se efectuaba por decenios, duraba desde el 29 de septiembre (San Miguel) hasta el 30 de abril, fecha en que comenzaba el agostadero. La cabaña invernante en Alcudia en el siglo XVIII debía de oscilar en torno a las 100.000 cabezas, aunque hubo años en los que se produjo la entrada de más de 150.000 ovejas. Del total de la cabaña, las tres cuartas partes pertenecían a grandes ganaderos, una gran parte de los cuales vivían en Madrid, lo que podría explicar en gran medida la poderosa influencia de la Mesta en la Corte madrileña. A comienzos del siglo XVIII, de los nueve ganaderos más importantes de Alcudia, cinco eran vecinos de Madrid, dos de Toledo y dos de Ciudad Real. Los ganaderos más poderosos en aquella época, con cabañas que oscilaban entre 12.000 y 20.000 cabezas, eran la familia Salazar, de Medinaceli, y la Casa del Infantado, de Madrid, así como Catalina de Torre y la familia Muñoz, de Ciudad Real. Entre los pequeños ganaderos cabría distinguir a los miembros de la nobleza, que posiblemente poseían una cabaña mayor distribuida en otras dehesas de la Mesta, y a los pequeños propietarios serranos, que realizaban ellos mismos la trashumancia, procedentes en su mayoría de las sierras de Soria, Segovia, Cuenca y Guadalajara.
El apoyo integral a la Mesta por parte de la Corona puede constatarse en las disposiciones legales dictadas en los años 1702 y 1720 (en este último año se contabilizaron 126.190 cabezas de ganado lanar en el Puerto Real de Toledo, camino de Alcudia), por las que se ordenaba la congelación de los precios de los pastizales. En 1718, sin embargo, se produjo un aumento unilateral en el precio de las dehesas por parte de los propietarios, a fin de mitigar los daños ocasionados por los ganaderos y los carreteros.

Este aumento se vio favorecido por el incremento demográfico que se inició entonces, que a su vez influyó en el aumento del número de rompimientos y roturaciones arbitrarias que se producirían en los años siguientes, y que condujeron a Fernando VI a dictar un decreto en 1748 por el que se prohibían los rompimientos en las dehesas de Maestrazgos, Órdenes Militares y de la Corona, a fin de proteger los intereses de la Cabaña Real. La protección real no pudo impedir, sin embargo, la decadencia de la actividad ganadera a lo largo del siglo XVIII, cuyas principales consecuencias fueron el desequilibrio entre la oferta y la demanda de pastos y la caída del precio de los arrendamientos. De forma paralela, se produjo una pérdida paulatina del «derecho de posesión», largamente detentado por los ganaderos de la Mesta, lo que permitió a los ganaderos riberiegos arrendar las dehesas de la Orden, con lo que los ganaderos trashumantes perdieron la exclusiva del Valle, aunque siguieron siendo sus principales arrendatarios.

A través de las cañadas, el norte de Castilla trasplantó sus costumbres y formas de vida a la Tierra de Calatrava y al Valle de Alcudia, quedando de este modo ambas Castillas estrechamente vinculadas por la trashumancia. El sistema de cañadas, cordeles y veredas dejó, por otra parte, restos en la toponimia de la comarca, de los que la aldea de Veredas y la villa de Mestanza son un claro ejemplo. La Vereda Mayor de Alcudia (confluencia de las cañadas segoviana y soriana) constituyó la arteria principal de la trashumancia en el Valle, por la que transitaban más de 100.000 ovejas merinas, cuyo control se efectuaba en el Puerto Real de Toledo. En esta cañada sólo podían pastar los rebaños de los arrendatarios de las dehesas de Alcudia mientras estuvieran de paso. La importancia de la Cañada de Alcudia viene avalada por su anchura, cuatro o cinco veces superior al resto de las cañadas trashumantes. Durante el siglo XVI, la villa de Almodóvar del Campo se apropió de la Vereda, adjudicándole en algunos tramos una anchura de hasta 4.640 varas frente a las 90 legales, siendo utilizada por los vecinos de la villa que mantenían en ella el ganado durante el invierno. Asimismo, era utilizada por el numeroso ganado porcino que procedente de Extremadura asistía a las ferias de Daimiel, Villarrubia y otras de la región. Esta situación, que iba en contra de los intereses de los arrendatarios y de las cláusulas de arrendamiento estipuladas, fue origen de múltiples conflictos. A lo largo del siglo XVIII se efectuaron mediciones regulares en la red de vías pecuarias de la comarca, aunque en general, y con la excepción de la Vereda Mayor de Alcudia, sólo constituían un mero formalismo. La anchura de esta cañada, que a su entrada en Alcudia era de 400 varas, oscilaba entre un mínimo de 300 varas y una anchura máxima de 1.000 varas en la Veredilla. Esto indica la importancia del Valle de Alcudia dentro de la trashumancia en España. Por otra parte, la trashumancia ha jugado un papel esencial en la vida y economía de esta comarca, ya que los pastos de invernadero constituyeron durante siglos la base de su actividad socioeconómica.
Fotos: Santiago Bayon Vera 

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