Fotos: Ganaderia Sorrosal Mediana de Aragon (Zaragoza) (Santiago Bayón Vera)
Ahora
bien, aunque los trashumantes serranos necesiten de los extremos para cerrar su
ciclo económico, no pueden evitar que la gente de los valles desconfíe de
ellos. Las moradas montuosas, de suelos pobres, naturaleza salvaje y culturas
arcaicas, serán vistas por las poblaciones de las planicies como un mundo
adusto y marginal a las civilizaciones. Es por eso que los guardianes de la
ortodoxia situarán en las alturas inhóspitas los reinos diabólicos del hechizo
y la brujería, la superstición y el aquelarre, los miedos reflejados de los
intelectuales de las ciudades. Y las montañas sólo perderán esta condición
de monstruosas en el siglo XIX, cuando los
románticos las conviertan en “templos de
la naturaleza”, los geólogos las utilicen para leer la historia de la tierra y
pintores y novelistas del realismo se recreen en su majestuosidad. Pero también
cuando se inicie la ruina ecológica de las mismas de la mano de la minería y la
deforestación, las obras públicas y la contaminación.

Entretanto,
el folklore primitivo de las culturas montaraces se puebla de monstruos y
liturgias paganas, sobre todo cuando tanto reformados luteranos y calvinistas
como católicos tridentinos desaten la caza de brujas y se lancen a la cruzada
de cristianizar los márgenes. A despecho de la devoción religiosa que siempre
tuvieron los mesteños. La respuesta es un aferrarse a las libertades
montañesas, con cuya barrera tropiezan el orden político y social de las
tierras llanas, hasta convertir a aquéllas en un mito literario, por donde
transitarán los arquetipos del buen bandido, el anacoreta, el perseguido por la
ley, el milenarista y, ya en nuestros días, el guerrillero y el ecologista. La
huida de la civilización se dirige a los desiertos, las islas y los bosques
incontaminados. Como sentenciaba el viajero ilustrado: “Los lugares más
escarpados han sido siempre el asilo de la libertad”.


Por
otra parte, fruto de las construcciones mentales, el mundo de la ganadería presenta
referentes sociales, religiosos y literarios. El pastor como grupo
socioprofesional, diferenciado del propietario ganadero y de los oficios
complementarios a la trashumancia, es portador de una cultura privativa en la
que plasma su vida empírica y naturalista que va del conocimiento astronómico al geográfico, del relato oral a
las artes decorativas, y donde tienen cabida los elementos simbólicos y los
prodigios maravillosos.