En
definitiva, las dos zonas presentan caracteres relativos al desarrollo vegetal
tan complementarios como los climáticos. Y similares a ellos son los de los
otros dos extremos cañariegos que hemos visto respecto al clima, esto es, los
de Zafra y Rabanal de Luna. El crecimiento intenso de la vegetación en el agro
de la localidad extremeña mejora algo, no mucho, al sevillano, y el detenido
comprende los meses centrales del verano; en el leonés, la intensidad se inicia
a mediados de mayo y se prolonga hasta ya entrado el mes de julio, en tanto que
se detiene el crecimiento entre la segunda mitad de octubre y el final de
marzo, es decir, cuando el suelo se cubre de nieve o permanece helado.
El agricultor acomoda la explotación
de sus secanos a esas condiciones mediante plantas leñosas resistentes a la
aridez estival, como la vid o el olivo, o con herbáceas, los llamados cereales
de invierno, por ejemplo, que se siembran a favor de las lluvias otoñales y se
cosechan, ya en sazón, antes de que advengan los fuertes calores del estío. La
acomodación que encontró el ganadero de los mismos territorios que no
dispusiera de humedales o frescas riberas fue llevar los animales en el verano
a los rastrojos cerealistas o, más bien, a pagos de montaña. Y el montañés,
bajarlo a pacer en el invierno en latitudes meridionales libres de heladas. Es
lo que a finales del siglo XVIII veía Jovellanos como práctica secular y
necesaria. Dejó escrito que «Los mayorales cruzando con sus inmensos rebaños
desde León á Extremadura en una estación en que la mitad de las tierras
cultivables de tránsito estaban en rastrojo, y volviendo de Extremadura á León cuando
ya las hallaban de barbecho, empezaron a mirar las barbecheras y rastrojeras
como uno de aquellos recursos sobre que siempre ha fundado esta grangeria sus
enormes provechos». Porque, según decía, «la trashumación fue necesaria para la
conservación de los ganados».
Y argumentaba:
Es tan constante que los altos puertos de
León y Asturias cubiertos de nieve por el invierno, no podrían sustentar los
ganados, que en numero tan prodigioso aprovechan sus frescas y jugosas yerbas
veraniegas, como que las pingües dehesas de Extremadura esterilizadas por el
sol del estío, tampoco podrían sustentar en aquella estación los inmensos
rebaños que las pacen en invierno. Oblíguese á una sola de estas cabañas á
permanecer todo un verano en Extremadura, ó todo un invierno en los montes de
Babia, y perecerán sin remedio. (Melchor Gaspar Jovellanos. Informe de la
Sociedad Económica de esta Corte del Real Consejo Supremo de Castilla en el
Expediente de Ley Agraria)Fotos: Santiago Bayon Vera